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LA CRISIS DE LA FALSA POSTGUERRA:

¿DE GAULLE O PÉTAIN?

 

Joaquin Osuna Costa, Notario de Leganés (Madrid)

 

 

El Comisario de la Oficina de Patentes Norteamericana, Henry Ellsworth, en 1843 en su informe al Congreso norteamericano, dijo que "El avance de las artes, de un año a otro, los impuestos y nuestra credulidad parece presagiar la llegada de un período donde las innovaciones humanas debieran terminar”, (ahí nació la leyenda urbana de que un funcionario de la oficina de patentes americana dimitió porque todo estaba inventado).

 

También el reverendo Milton Wright, obispo protestante de la Iglesia Unidad Fraterna en Iowa, contestando a una pregunta sobre la cercanía del fin del mundo, dijo: “Sí, estoy convencido de ello. El fin no puede tardar en llegar porque, si analizamos bien las cosas, ya se ha descubierto todo lo que había que descubrirse. Ya el hombre ha inventado todo lo que podía inventar. Eso es señal de que el mundo llega a su fin”. Afortunadamente sus hijos no le creyeron y fueron los famosos hermanos Wright, Orville y Wilbur, los inventores del aeroplano.

 

Curioso ¿no? Pues más increíble resulta que repitamos como papagayos que el éxito de la recuperación económica de la postguerra radicó en la necesaria reconstrucción de lo anterior. Se dice con práctica unanimidad que la crisis de 1929, la más parecida a la actual, se resolvió con la segunda guerra mundial, que exterminó físicamente a los parados y provocó una ruina enorme, cuantitativa y cualitativamente, dejando la Estructura Económica de los países beligerantes, los más desarrollados, gravemente enferma cuando no en coma, haciendo que su reconstrucción generase un boom económico que duró hasta finales de los 60.

 

Si eso fuera verdad el sistema anticrisis estaría claro, bastaría con romper todo lo que se tenga y un poco de tiempo después alcanzaríamos la prosperidad, si conoce Ud. a alguien a quien se le incendie la casa sin seguro, déle la enhorabuena y verá su reacción.

 

De aquella situación no salió Occidente porque antes se hubiera vuelto loco sino porque después se volvió cuerdo. No se trata de que se alcanzara prosperidad reconstruyendo el equipo productivo que la guerra había destrozado, sino de que, quizás llevados por la necesidad, a partir de 1945, los occidentales tuvieron ganas no sólo de reconstruirlo sino, fundamentalmente, de mejorarlo, de hecho el país que más crece en la postguerra no es Alemania ni Japón, es Estados Unidos. Pensar ahora que ojalá tuviéramos que reconstruir ciudades y fábricas destrozadas es absurdo, es pensar que nada puede mejorarse, que lo que había era inmejorable. El 99% (y me quedo corto) de todas las cosas artificiales que usamos en nuestra vida diaria, desde el bolígrafo al ordenador, desde la camisa de fibra al refresco envasado, fueron inventadas hace menos de 50 años. El bienestar futuro depende de la inversión actual y ésta será tanto más productiva cuantos mayores sean los medios disponibles para llevarla a cabo. No se trata por tanto de reconstruir sino de innovar y mejorar y eso es más fácil hacerlo cuando, como ahora, se tiene una estructura productiva intacta. Por tanto, si nuestros padres y abuelos salieron de aquélla partiendo de las ruinas ¿no vamos a ser capaces nosotros de salir ahora?

 

Pero, aunque lo sucedido de 1929 a 1945 no sea ciertamente un ejemplo a seguir, es el único que tenemos a mano, estudiémoslo para extraer de él las enseñanzas positivas que nos dejó, es decir, no repitamos la guerra, pero veamos qué pasó, desde el punto de vista económico, durante la contienda y después. Por lo menos podremos relativizar nuestras desgracias actuales, las ha habido y hay peores.

 

La primera lección es muy interesante vista con la óptica actual: durante la guerra no hubo ningún país beligerante que se cuestionase la necesidad de endeudarse, por ejemplo, la Deuda pública de Estados Unidos alcanzó un nivel equivalente al 120% de su PIB, volumen no alcanzado nunca más, la emisión de bonos de guerra en todos los países fue constante y no hubo ningún economista "ortodoxo" que se opusiera, a nadie se le ocurrió que era preferible perder la guerra que generar déficit. O sea que hay cosas peores que estar endeudados.

 

La segunda y más curiosa de las lecciones es que en ninguno de los países beligerantes, que como tales tenían total pleno empleo, consumo desbocado de todo tipo de productos industriales, absoluta explotación de todos los medios productivos y gasto público disparado, tuvo la más mínima inflación. Se ve que, aparte de las cartillas de racionamiento, la psicología juega también bastante en eso de la evolución de los precios.

 

La tercera se deriva del análisis de cómo se produjo la recuperación de las Economías de las naciones beligerantes tras una guerra que dejó a todas exhaustas y enfermas, a unas pocas comatosas y a otras más difuntas. Fue necesaria para muchos países una reconstrucción de equipo capital como nunca se había acometido en la Historia, y todos, incluso el beligerante que sufrió menos en su estructura, Estados Unidos, debieron llevar a cabo un ajuste de caballo para reconvertir sus Economías de guerra a Economías de paz, porque es tan difícil pasar de producir mantequilla a fabricar cañones como llevar a cabo el proceso inverso, entre otras cosas hubo de generar unos cuantos millones de puestos de trabajo para los soldados desmovilizados.

 

Curiosamente podríamos decir que ahora estamos como en 1945 ¿no? Tenemos a los países más prósperos del mundo sumidos en una crisis profunda, con un elevado endeudamiento consecuencia de pasados y reiterados déficits, con una población asustada y pesimista y con serias dudas de dónde colocar en el futuro al actual "ejército de parados", que sólo en España supondría el triple de la suma de efectivos movilizados por los dos ejércitos en nuestra guerra civil y casi el doble del total de efectivos del ejército alemán en la segunda guerra mundial. Mira por donde estamos viviendo la postguerra de una guerra que nunca existió ¡qué cosa! La diferencia es que ahora no hay nada roto, luego estamos mejor que en la anterior y aquélla se superó.

 

Y la verdad es que entonces se salió con bastante facilidad, sólo hizo falta tener dirigentes políticos sensatos y unos pueblos que les siguieran. Los países vencedores pagaron su deuda por el simple procedimiento de darle caña a la máquina de fabricar dinero, los perdedores lo tuvieron más fácil, simplemente, con matices como veremos, no pagaron. La inflación amortizó la Deuda Pública de Inglaterra y Estados Unidos, aunque se estima que el 15% de la Deuda Pública viva de Estados Unidos tiene su origen en la renovación de aquellos bonos de guerra.

 

Para que esa creación de dinero no generase una inflación que tuviera efectos desastrosos, se maquilló con el establecimiento de un nuevo orden monetario mundial a partir de Bretton Woods, fijando el dólar como patrón monetario, con la libra esterlina a modo de pariente pobre y con una relación del dólar con el oro a 35 dólares la onza, precio que, en el fondo, daba igual porque Estados Unidos era, en ese momento, tenedor de dos terceras partes de las reservas de oro en el mundo, las demás monedas, incluido el franco, fueron meras comparsas. El mundo en Bretton Woods se escindió en dos bloques, capitalista y comunista, al frente del primero se puso Estados Unidos y punto. A partir de entonces los norteamericanos tenían las manos libres para actuar en su moneda sin que los posibles efectos perjudiciales de sus actos se notaran demasiado, daba igual que el dólar se apreciara o depreciara, ya que era muy difícil establecer frente a qué otra moneda lo hacía en un mundo en el que todo el comercio mundial de todos los países y todas las reservas de los Bancos Centrales, incluso los no capitalistas, se nominaba en dólares.

 

En resumen, se inventó un sistema inflacionario que no produjo los efectos de la hiperinflación alemana de los años 20 y el experimento fue positivo. Bien, hagamos lo mismo. Empecemos estableciendo un nuevo orden monetario europeo, unas nuevas reglas que determinen la vida del euro (o, mejor, que se la den), hagámoslo fuerte porque esté respaldado por un único, sólido e independiente emisor, que ésa es la fortaleza real de una moneda y no su tipo de cambio, y, luego, si lo hacemos bien, es decir, si eso produce una sensata devaluación del euro, nos pedirán de rodillas que establezcamos un nuevo orden mundial, con el euro, el dólar, el yuan y el yen, refundando el FMI, que se ha quedado corto para la situación actual.

 

Pero primero el euro, si no Europa se verá condenada a un papel secundario en la escena económica mundial. Asumamos que la Deuda Pública europea no puede ser pagada por procedimientos de ajuste presupuestario exclusivamente, no hace falta que nos lo recuerde ninguna Agencia de calificación, no se puede pagar ahora como no se pudo en 1945, pero sí se puede unificar en un único emisor, gestionarla por una sola autoridad monetaria y empezar a darle a la imprenta. En resumen repitamos lo que entonces dio tan buen resultado, inyectemos crédito para reactivar la Economía y prescindamos de lo que tanto nos atormenta y que, en el fondo, no tiene demasiada importancia: nuestro endeudamiento. Ha alcanzado tales cotas que no puede pagarse más que fabricando dinero. En 1945 no había una imprenta europea, ahora sí, por tanto no necesitamos importar dólares con la tinta fresca, podemos usar euros.

 

Porque el incremento de financiación vía Plan Marshall se logró imprimiendo dólares a mansalva, el americano que más horas echó en la postguerra fue el encargado de la imprenta en la Reserva Federal, y eso permitió mantener en niveles altos la actividad económica en Estados Unidos y financió la reconstrucción de Europa que creó empleo, medicina paliativa, y además generó riqueza, que fue lo decisivo, la medicina curativa. No olvidemos esa doble enseñanza: primero, es imposible acometer una recuperación económica si falla el crédito, por tanto, si no existe, hay que inventarlo, y, segundo, para salir de una crisis, no basta crear empleo momentáneamente, ha de buscarse creación de capital productivo. Traducido al castellano: no da los mismos frutos el Plan E, que la reparación de la siderurgia del Ruhr. La frase de Keynes respecto a la beneficiosa influencia de abrir y cerrar zanjas, no deja de ser una boutade, de respuesta fácil con humor negro: "Eso es muy beneficioso para los enterradores", efectivamente, es el mejor sistema para matar definitivamente a una economía enferma.

 

Dice el premio Nobel de Economía PAUL KRUGMAN, que sólo el gasto equivalente a otra Guerra Mundial podría conducirnos de vuelta a la prosperidad, seguramente tiene razón en la cuantía necesaria, pero no ha de conseguirse por incremento de Gasto Público, sino todo lo contrario, con disciplina restrictiva presupuestaria, y, a la vez, apertura a chorro de los grifos de financiación al Sector Privado, el único que crea empleo y riqueza.

 

Si está tan claro ¿por qué no lo hacemos? Sencillamente porque no hay voluntad política ni existe una unidad europea. Actualmente hay un país líder, Alemania, que tiene absolutamente abducidos al resto de euroscios. No existe contrapeso porque Francia trata de emular a Alemania, pensando que, si no lo hace, renuncia a sus ideas de grandeur gaullista, sin darse cuenta de que su actitud empieza a asemejarse a la sumisión de Vichy. Aunque también hay que ponerse en el pellejo francés cuando en los últimos tiempos ha echado una mirada alrededor y ha visto que los únicos países que podían ayudarle en ese posible contrapeso a Alemania eran Italia y España, que no han sido ningún ejemplo de rigor político ni económico. Es urgente que eso cambie y que lo haga antes de la primavera de 2012, no podemos llegar mucho más allá en las circunstancias actuales.

 

En 2012 vence Deuda española por más de 350.000 millones de euros, que habrá que renegociar con un incremento de coste de 3 puntos básicos, es decir, sólo el servicio de Deuda supondrá gastar 10.000 millones de euros más que este año, y parece imposible planificar reducciones de déficit que lo compensen sin que esas reducciones incrementen la recesión económica. Bien haría el nuevo Gobierno en tener perfectamente diseñado el procedimiento para abandonar el euro en 24 horas, vía decreto-ley, suspendiendo pagos exteriores y estableciendo un corralito en el interior. Y no somos nosotros solos, la situación italiana es peor porque su volumen de Deuda es mucho mayor, y la portuguesa, la irlandesa, y no digamos la griega, son desesperadas. Vámonos pronto o cambiemos las reglas para estar, ya vale de sufrir una sangría semejante por mantener un euro que sólo beneficia a Alemania. Dios quiera que exista un político español con el perfil de la malograda Loyola del Palacio, que nos represente en las futuras negociaciones monetarias en Europa.

 

Tampoco vendría mal recordar a Alemania que en 1952 la suma de sus préstamos privados, los préstamos Young y Dawes contratados para pagar reparaciones, los préstamos obtenidos después de la guerra y los préstamos derivados del Plan Marshall, alcanzaba 30.000 millones de marcos, suma que era absolutamente imposible de pagar por la aún maltrecha Economía de la entonces República Federal. (Datos, éstos y los siguientes, tomados de "El acuerdo de Londres de 1953" de Friedel Hütz-Adams)

 

Para resolver el problema se convocó una conferencia internacional en Londres desde el 28 de febrero al 8 de agosto de 1952 en la que estuvieron presentes representantes de 20 países acreedores: Bélgica, Canadá, Ceilán, Dinamarca, Francia, Grecia, SÍ, GRECIA, Irán, Irlanda, Italia, SÍ, IRLANDA E ITALIA, Luxemburgo, Noruega, Pakistán, España, SÍ, ESPAÑA, Suecia, Sudáfrica, Reino Unido, Estados Unidos y Yugoslavia, por una parte, y la República Federal de Alemania, por la otra, "para efectuar una contribución al desarrollo de una comunidad próspera de naciones".

 

De entrada se condonó a Alemania toda la cifra de intereses devengados desde 1939, lo que suponía un donativo de 14.600 millones de marcos. Además, en los acuerdos de 1953 Alemania recibió un alivio del 50 por ciento de las deudas contraídas antes y después de la guerra. La deuda restante llegaba a los 14.450 millones de marcos. De hecho, esta cantidad se redujo aún más en tanto 2.500 millones de marcos no habían sido cargados con intereses; 5.500 millones tenían una tasa de interés que llegaba a los 2,5 por ciento y para 6.300 millones de marcos se estableció un interés que, en promedio, oscilaba entre 4,5 y cinco por ciento. El interés compuesto no fue tomado en cuenta. Todo esto influyó decisivamente en el cálculo de la deuda restante pues, en la mayoría de las cantidades todavía sujetas a negociación, los intereses no pagados eran más altos que los capitales no amortizados. Se decidió que, durante los primeros cinco años (1953-57), se suspendería el pago de las deudas: Alemania sólo debía pagar anualmente el interés correspondiente y desde 1958 a 1978, se realizarían pagos anuales de 765 millones de marcos.

 

Y eso, firmado por países que en ese momento no eran ciertamente prósperos, muchos de los cuales, además, habían sido invadidos y/o atacados por Alemania pocos años antes. Ver el trato a que Alemania somete ahora en Europa a sus socios supone vivir la misma sensación que produce escuchar sus lamentos sobre el Tratado de Versalles sin recordar el aún más duro al que ella sometió a Rusia en Brest Litovsk en 1918. No es un país generoso en sus victorias, a lo mejor por eso se le suelen atragantar a largo plazo, y todo esto dicho por alguien que se confiesa germanófilo y cuyo padre vertió su sangre, afortunadamente no toda, sirviendo en la 250 división de la Wehrmacht.

  

Joaquín Osuna Costa

Agente de Cambio y Bolsa

Notario

Leganés Diciembre 2011

 

A GRANDES MALES GRANDES REMEDIOS FUERA COMPLEJOS

SECCIÓN OPINIÓN

TRANSFORMA ESPAÑA

 

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