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LA VULNERABILIDAD DEL OPOSITOR

 

José Manuel Calabrús de los Ríos, Abogado y Ex-Opositor

  

            

            Cada vez que se habla de las oposiciones libres de ingreso en el Notariado o al Cuerpo de Aspirantes a Registradores de la Propiedad, Mercantiles y de Bienes Muebles, los comentarios suelen girar alrededor de dos cuestiones fundamentalmente: Las críticas o alabanzas hacia el sistema de oposiciones como forma de ingreso y las perspectivas más o menos halagüeñas en función de la inminencia o retraso de las convocatorias, del número de plazas a cubrir y del número de firmantes.

 

            Siendo esto importante, resulta llamativa la escasa atención –por no decir nula- que se presta al opositor desde un punto de vista estrictamente personal. Y ello a pesar de que todos los ex-opositores (triunfantes o no) recuerdan con cierto desdén esta etapa (más larga de la cuenta en algunos casos) de su formación. Parece como que unos y otros traten de olvidar cuanto antes esos años alejados del mundanal ruido y ello aunque de vez en cuando aparezcan en sueños fantasmas de ese pasado.

 

            En cierta ocasión comenté con ironía que a pesar de la redacción del artículo 32 de Código Civil, la etapa de la oposición es lo más parecido a la extinción de la personalidad civil o, al menos, a la suspensión de la misma. Igualmente fue una pena que en la otrora etapa social del Gobierno, cuando todavía no se atisbaba ni de lejos la crisis, nadie se acordara de esos seres tan privados de derechos como son los opositores y sí de otros colectivos.

 

            El mundo del opositor está deshumanizado; hay que humanizar la oposición. Se me ocurren infinidad de ideas para ello en relación a la convocatoria y desarrollo de los ejercicios por ejemplo, pero el objeto de este artículo es otro. Me quiero centrar en la figura del opositor, individualmente considerado.

 

Es de todos conocido el refrán que dice que nadie escarmienta en cabeza ajena. No es mi propósito escarmentar a nadie sino –siguiendo igualmente otro conocido refrán- ayudar a otros a no tropezar con piedras que se encuentran en el camino de la oposición.

 

            No me avala otro título que mi propia experiencia como opositor ejerciente de notarías –y durante algún tiempo también de registros- durante una larga etapa de mi vida.

           

            La oposición marca, de eso no hay duda. Las –llamémoslas- de largo recorrido, más todavía. Suponen una importante cura de humildad, una especie de cementerio temporal de Premios Extraordinarios y Matrículas de Honor. Lo peor es que mina la autoestima. Incluso aprobando, al opositor le cuesta volver a creer en sí mismo.

 

            Ésta es una enfermedad que sufren todos los opositores. No hay vacuna ni recetas caseras para curarla salvo que se detecten a tiempo determinados síntomas que voy a tratar de ir desgranando.

 

 

1.- LA FINALIDAD DE LA OPOSICIÓN.

 

            El primer síntoma se manifiesta cuando el opositor olvida la finalidad de la oposición. La meta de la oposición es aprobar la oposición y, eventualmente, aprender derecho. Puede sonar a verdad de Perogrullo la primera afirmación y a barbaridad la segunda, pero es así.

 

            No hay otra manera de aprobar la oposición que aprendiéndose el programa. Y el programa se aprende cantando. Hay que cantar, cantar y volver otra vez a cantar. Puede ser aburrido, monótono pero no hay otro camino.

 

            No vale justificarse diciendo que no se ha cantado pero que se ha dedicado el tiempo a hacer o actualizar temas. Los temas tradicionalmente se han heredado de opositores veteranos que no recelaban de los novatos (no eran competencia para ellos); además, de un tiempo a esta parte hay temarios completos (con la ventaja, por tanto, de tener cierta coherencia interna) más o menos aceptables. Tampoco cabe hacer excepciones cuando se trate de modificaciones normativas. Las eventuales actualizaciones las deben redactar los preparadores de las respectivas academias. De otro lado, los temas se han de cerrar, no se pueden cambiar constante y repetitivamente en cada vuelta. Es un esfuerzo inútil y nada provechoso.

 

            Mucho cuidado tiene que tener en estos menesteres el que yo llamo opositor tecnológico. No digo que utilizar las nuevas tecnologías sea malo; simplemente que es más provechoso de cara a la preparación embotellar temas y mejor si están en soporte físico que abusar consultando y analizando casi a diario las novedades que aparecen colgadas en Internet.

 

            Aunque parezca repetitivo, todo el tiempo que no se invierta en cantar, en la práctica va a ser tiempo perdido, al menos en un primer estadio de la oposición.

 

            El opositor ya hará sus temas cuando tenga tiempo y lo tendrá cuando no haya tenido la suerte de ingresar pero controle el programa. Como anécdota me gustaría comentar que en su momento (por mejor decir, antes de tiempo) yo redacté una serie de temas del programa de notarías tanto de civil como de hipotecario y mercantil (ni el fiscal ni el notarial llegue a controlarlos del todo) que tuvieron bastante buena acogida entre la comunidad nacional opositoril (y eso que yo los entregué sólo en mi academia; sin ningún propósito de compartirlos tan ampliamente) y todavía hay notarios y registradores que sin conocerme, al ser presentados, me agradecen mi ya clásico –aunque hoy en día ya algo obsoleto- tema del derecho de superficie.

 

            Cuando el opositor haya embotellado el programa, casi con toda seguridad habrá aprendido derecho, además. Es preferible saber el mínimo imprescindible para defender un tema que saber muchísimo de determinada materia pero no tener la soltura para explicarla. Y esa soltura se consigue cantando, no investigando.

 

            Cuidado también con el tiempo de exposición. Admitiendo cierta flexibilidad, los temas se han de cantar en los minutos que según la materia se han establecido convencionalmente. Ni más pero tampoco menos. Pasarse siempre de tiempo, llevando un ritmo de exposición entendible y dinámico, implica estar invirtiendo tiempo y ocupando espacios de memoria que se deberían dedicar a otras materias. Casi con toda probabilidad es estar metiendo ideas que sobran –damos por supuesto que los temas que se estudian los opositores tienen el contenido necesario, porque así es-. No llegar al tiempo significa con seguridad una mala aplicación en el estudio.

 

            Cantando y controlando el tiempo se consigue además no caer en otro problema y es tener el programa descompensado. Muchos de los retirados (y a mí me ha pasado) se justifican señalando que no llevaban tal o cual tema porque se los habían dejado o habían cambiado debido a determinada reforma normativa. Hay que llevar el programa entero. Las especulaciones suelen jugar malas pasadas. No es admisible dicha justificación a ningún opositor y menos al que ya goza de cierta veteranía (y ello aunque se pueda aprobar sin llevar todo el programa; la verdad es que basta con saberse 4 temas para aprobar el primer ejercicio de notarías y 5 en registros; lo difícil es acertar).

 

            Dándole igual importancia a todos los temas, no recelando de ciertas materias (por qué la manía hacia los tema de urbanismo o inversiones extranjeras, por ejemplo) probablemente no se saquen adelante tesis doctorales pero sí se tendrán grandes bazas para aprobar la oposición.

 

            No conviene descuidar tampoco la preparación del tercer ejercicio. Aquí la técnica es distinta. Se trata de elaborar un catálogo de problemas que, aunque aparentemente inabarcable, en la práctica y a los efectos que nos interesan, es finito, habituar la vista para que no pasen inadvertidos esos problemas (y para no encontrar problemas donde no los haya), redactar la resolución del dictamen o la calificación y el informe íntegramente para adquirir soltura con la escritura (y también para que no se le olvide al opositor escribir y hacerlo de una manera legible) e, igualmente, sujetarse a los límites temporales de este ejercicio ya desde el principio. Todo ello, además, proporciona soltura para la exposición de los orales y puntos de vista útiles y distintos de las instituciones.

 

            Quizás la clave está en empezar a preparar este ejercicio cuando el preparador de los orales lo crea conveniente, que ha de ser más pronto que tarde. Pero sin olvidar que para examinarse del tercero, previamente hay que aprobar dos orales.

 

            En los dictámenes de notarías yo fui elaborando un sistema de fichas con ese listado de eventuales problemas al que he hecho referencia, listado que me sigue siendo de utilidad hoy día; de hecho, no hace mucho me ha servido para rebatir una calificación negativa de un registrador en relación a la inscripción de un derecho de uso de una vivienda familiar, formulando una crítica de los argumentos de las resoluciones de la DGRN por oposición a la jurisprudencia más reciente.

 

            Todos los ingredientes anteriormente aludidos no aseguran el aprobado pero sí son presupuesto necesario para ello. Conseguir el éxito en la oposición requerirá además de una gran dosis de suerte. Pero no hay otro camino para propiciar la dichosa y caprichosa suerte que el indicado.

 

 

2.- EL TIEMPO.

 

            Me gustaría referirme ahora a otro síntoma que tiene distintas variantes. Se refiere al momento en que el opositor empieza a perder el tiempo o, por mejor decir, a no optimizarlo.

 

            Puede parecer un contrasentido pero uno de los problemas que tiene el opositor es que tiene mucho tiempo; incluso y es lo grave, para perderlo.

 

            Después de una vida académica más o menos ordenada, sujeta a horarios más o menos rígidos, de repente el opositor no tiene otra obligación reglada que acudir una vez a la semana –en el mejor de los casos y normalmente al principio, dos- a la academia de preparación o al preparador.

 

            Aunque no sea objeto de consideración en este artículo, mi experiencia me dice que –al menos en un primer momento- lo adecuado es acudir a la academia a cantar dos o tres veces por semana. A este respecto, resulta llamativo cómo los opositores al Cuerpo de Abogados del Estado (al menos los de una conocida academia madrileña) acuden al preparador tres veces a la semana. Materialmente, no tienen tiempo más que para pensar en rendir cuentas de lo que les corresponde estudiar para el día siguiente. Quizás sea demasiado estresante pero no hay duda de que ayuda bastante para adquirir el método de estudio, corregir defectos de opositor primerizo, advertir con prontitud la idoneidad/inidoneidad del opositor y, fundamentalmente, para que el opositor aproveche su tiempo.

           

Avanzo un poco más. Llega un momento en que el opositor empieza a perder la noción del transcurso del tiempo; se dedica a la oposición profesionalmente, es su trabajo. Se suelen decir barbaridades como que sólo llevo cinco años opositando (por decir un número).

 

            El problema se puede agravar aún más por la falta de motivación debida a la no consecución de resultados, habiéndose presentado en varias convocatorias. El opositor materialmente se hunde. Para él todos los días son iguales, como todas las semanas, como todos los meses, como todos los años. Tan desmotivado puede llegar a estar que deja de acudir al preparador, se pone especialmente nervioso porque no es capaz de acumular el volumen de temas que se supone debe llevar y ni él mismo se inspira confianza para seguir adelante. Para colmo de males, salvo a personas muy cercanas (que no de su familia generalmente), es incapaz de hacer público su estado de ánimo y su situación porque (sobre todo en el ámbito familiar) es muy probable que no lo entiendan. Es decir, sufre en silencio sus problemas y se encierra en sí mismo, lo cual hace que la bola de nieve aumente paulatina y peligrosamente. Encima tiene que aparentar serenidad y que todo marcha bien, situación que le produce un gran desconsuelo interior.

 

            Tan mal se siente que, además, se convierte en su máximo censor. No se permite un respiro, un descanso, simplemente porque no se lo merece (y es verdad, porque no rinde), pero eso le hace sentir peor todavía.

 

            Aquí seguramente reside el mayor grado de vulnerabilidad del opositor: Cuando se siente un incomprendido. Y es que ni él mismo se comprende, no se explica cómo ha podido caer tan bajo.

 

            La única manera de salir de ese pozo es adquiriendo conciencia del problema, quererlo ver. Y por ende, adoptar una posición dinámica que no estática, tirar hacia delante o hacia atrás; el que permanece estático se hunde cada vez más en el pozo. Y si el opositor no tiene hambre, más todavía.

 

            El opositor ha de sentir la necesidad de salir de la oposición y no sólo porque se sienta asfixiado. Los seres humanos somos acomodaticios por naturaleza; el opositor se puede acomodar a su “desgracia”, no estando exento de un punto de resignación. En ese  momento, el opositor que cuenta con menos medios materiales o con más obligaciones suele salir antes.

 

 

3.- EL PESO DE LA OPOSICIÓN.

 

            Otra particularidad la determina el hecho de que el opositor vive con mucha y especial intensidad todo lo que le pasa. Siente envidia (sana seguramente que no) cuando sus amigos no opositores se van de vacaciones, se compran un coche o, en definitiva, viven. Lo pasa mal –con razón- cuando sus amigos empiezan a no contar con él porque siempre está estudiando y se va aislando poco a poco. Cuidado también cuando el opositor se enamora, generalmente de otro/a opositor/a (este mundo es muy endogámico) porque lo malo viene cuando se acaba el enamoramiento inicial o se trata de un amor no correspondido, que es lo más fácil teniendo en cuenta que el opositor no se aguanta ni a sí mismo.

 

            Al opositor le suele pasar también que poco o nada le satisface o motiva porque hasta sus hobbies se convierten en obligaciones. Se aplica en todo con especial ahínco. Salir a hacer deporte después de estudiar, ir al cine o quedar con el novio/a después de ir al preparador está muy bien, si el opositor no lo convierte en otra acción repetitiva de su monótona vida.

 

            Y es que la fuerza de la oposición está en la juventud del que oposita, pero ahí también puede residir su mayor losa.

 

            De otro lado, resulta curioso que cuanto más se profundiza en la oposición y mejor se controlan los temas (sintomático de esa situación es cuando el opositor se siente más cómodo con los temas clásicos de derecho positivo que con otros más doctrinales y, al principio, más llevaderos) más real y próximo se ve el fracaso.

 

            Y es que transcurrida la etapa –llamémosla- de ingenuidad opositoril, se adquiere conciencia de que, si se me permite la comparación, el toro es grande y embiste de verdad. El camino deja de ser de rosas pasadas las primeras convocatorias, pues en aquéllas el opositor va tan relajado porque no tiene nada que perder; todo lo puede pasar es que consiga algo, es decir, que eventualmente apruebe algún ejercicio.

 

En las siguientes, la oposición es percibida, quizás, como lo que realmente es: El juego del todo o nada. Los conocimientos están adquiridos pero parece que ello sólo se pueda acreditar y sólo sirva aprobando. Y eso produce angustia.

 

            Además de por todo lo que he ido señalando anteriormente, el verdadero peso de la oposición se siente cuando el opositor advierte que va perdiendo crédito social (con lo listo que era fulanito, otra vez se ha retirado; no va a aprobar nunca), e incluso familiar. La familia deja de ser tan comprensiva; a lo mejor es que es realista, pero la verdad es que al opositor eso le fastidia y su estudio se resiente.

 

            La convivencia con un opositor -con los gastos (importantes y a fondo perdido), las incomodidades y las incertidumbres que ello plantea- es fuente de numerosos problemas que si bien se sobrellevan en un primer momento, luego no tanto cuando el opositor se eterniza en la oposición y no se ve la salida del túnel.

 

Incluso el opositor que reside en un colegio ad hoc también va viendo cómo su crédito social y familiar se va agotando pero el hecho de residir alejado hace que le afecte menos; además la convivencia entre opositores –con problemas y angustias semejantes- crea unos vínculos de solidaridad y comprensión impagables.

 

 

¿CUÁNDO SE DEBE DEJAR LA OPOSICIÓN?

 

            Esta pregunta me la han hecho en infinidad de ocasiones. Considero que ese momento sólo lo sabrá el propio opositor. Y ese momento llega, sin avisar.

 

            Es posible que toda la gente alrededor del opositor vea que para él el muro de la oposición es infranqueable, pero hasta que se dé cuenta de ello, no se producirá la toma de decisión correcta. Porque lo importante no es tomar la decisión sino que ésta sea irrevocable.

 

            Da mucha pena ver gente enganchada a la oposición, cual droga que genera adicción. Y el opositor sigue, sigue y sigue firmando convocatorias a las que ya generalmente ni va… porque se dedica a otra cosa o se ha casado, pero no se desengancha de la oposición.

 

            La única manera de desengancharse es ser consciente de que el opositor no tiene que demostrar nada a nadie y menos a sí mismo.

 

            Desde mi punto de vista, la oposición no crea problemas, sólo los agrava. Es decir, la oposición no es fuente generadora de manías o patologías; éstas la preexisten. Sólo que en la oposición encuentran el caldo de cultivo adecuado.

 

            Cuando el opositor se sitúa por encima de la oposición, todo se ve desde otra perspectiva y la toma de decisiones está en la órbita adecuada: Cuando se toma conciencia de que la vida pasa (tempus fugit) y que ya no compensa (sí, así es) perder la vida intentando aprobar por todo lo que se está dejando de hacer.

 

            Tomada la decisión, el camino sigue siendo tortuoso emocionalmente hablando. Y es que después de haber supeditado la vida (sí, la vida entera) a un objetivo, desaparecido éste (en base a una decisión tomada racionalmente y con cabeza), el opositor se encuentra perdido, sin norte.

 

            En mi caso concreto, tuve que acudir a un terapeuta que me ayudó a poner los pies en el suelo sobre las bases (sólidas bases) que me sustentaban y sobre todo a tomar conciencia de que lo que se valora y califica en una oposición es si se han adquirido unos determinados conocimientos y una técnica; más aun, unos conocimientos precisos en un momento puntual y concreto: El del ejercicio. Pero nunca es enjuiciado el opositor como persona; ése es el error que suelen cometer los opositores: Creer que han sido valorados ellos y no su trabajo.

 

            También me hizo ver una gran realidad. Y es que los opositores son unas personas en las que generalmente la vida real y emocional no suele coincidir con la biológica y ello porque han cumplido años… pero no han vivido porque estaban estudiando.

  

 

A MODO DE CONCLUSIÓN.

 

            Transcurridos dos años desde que dejé de opositar, preguntado por una persona cercana -notaria ella- por qué no me presentaba de nuevo a las oposiciones pues el programa y los conocimientos los conservo (haría falta refrescarlos) y aprendida la lección de lo que no se ha de hacer, yo le respondía que no, simplemente porque no me apetece ni me compensa.

 

            Por eso, porque creo que ya estoy plenamente curado de esa enfermedad (voluntaria eso sí) que se llama oposición es por lo que me ha parecido oportuno y conveniente escribir este artículo. Aunque ya me gustaría a mí ser notario o registrador excedente y dedicarme al ejercicio de la abogacía, pues a eso me dedico.

 

            Oposité y algo quedó. De eso no hay duda.

 

 

 

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

SECCIÓN OPOSITORES

SIMULADOR DE TIEMPOS

 

 

José Manuel Calabrús de los Ríos

josem.calabrus@calabrusabogados.es

 

 Visita nº desde el 15 de octubre de 2010.

 

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