Philippe Delerm nace en 1950 en Auvers-sur-Oise (Francia). Es profesor de literatura en una escuela de Beaumont-le-Roger, donde también entrena a un equipo de fútbol local. Fiel a su filosofía de la vida, Delerm es un autor que, pese al éxito de sus obras y a los premios recibidos, vive ajeno a toda la aureola pública que conlleva a veces el mundo literario. Además de El primer trago de cerveza, ha publicado Sundborn ou Les jours de lumière, por el que en 1998 recibió el Prix National des Libraires y el Prix National de Bibliothécaires, y en Tusquets Editores, han aparecido también las novelas “Llovió todo el domingo” y
“La quinta estación” (Andanzas 396 y 468) y el libro de relatos breves “La siesta asesinada”. (Los 5 Sentidos 35). Nada hacía pensar que El primer trago de cerveza, un libro considerado en principio «minoritario», destinado a críticos exigentes y a un público selecto, que salió a la calle humildemente en la primavera de 1997, sin estudios de mercado ni publicidad, pudiera convertirse en todo un acontecimiento literario en Francia a las pocas semanas de ser publicado y que permanecería por más de un año entre los tres primeros libros más vendidos. De la noche a la mañana, toda Francia pasó a disfrutar de los pequeños placeres y a compartir conPhilippe Delerm su especial concepción de la vida.
El primer trago de cerveza es la narración breve, exquisita, de esas situaciones, comunes a todos, que, en los tiempos ajetreados en que vivimos, se deslizan sin que les prestemos atención y que, en cambio, encierran el germen del buen vivir. A Philippe Delerm, al parecer, no se le escapa una sola oportunidad de aprovechar esos momentos, y al hacerlo, incita al lector a reconocer en sí mismo cuáles son sus propios instantes de gozo. Si, por ejemplo, en una luminosa y fría mañana de invierno, a alguien le llena de placer salir a comprar croissants recién hechos, es muy probable que otros descubran que, en cambio, con lo que más disfrutan es con «el indecente placer de saborear un banana-split». ¡Tantos instantes, tantas pequeñas historias, tantos minúsculos placeres, al alcance de todos y que, sin embargo, nos parecen tan ajenos!.
Aquí he recogido una traducción libre del pequeño relato sobre el placer que cualquiera puede sentir al ser el primero en levantarse un día de fiesta, recorrer las calles desiertas, y comprar los primeros cruasanes, recién hechos, mientras todos el mundo duerme y uno se siente como el único paseante de la Ciudad.
“ EL CROISSANT DEL AMANECER (Le croissant du Trottoir)
« Me despierto el primero, me visto con la prudencia de un vigía indio y recorro, sigilosamente, todas las dependencias de mi casa, hasta llegar a la puerta. La abro y vuelvo a cerrarla, con la meticulosidad de un relojero. Ya estoy fuera, en la calle y me siento libre; miro al azulado cielo de la mañana, orlada de rosa: es una mezcla de mal gusto, pero el frío reinante sirve para purificarla. Exhalo, a cada paso, una gran bocanada de vaho: estoy vivo y, esta mañana, me siento ligero, paseando por la acera de mi calle. Me gusta que la cruasantería esté un poco lejos; así puedo disfrutar de mi paseo matinal.
Kerouac, con las manos en los bolsillos, tiene todo el tiempo del mundo: para él, cada paso, es una fiesta. Se sorprende andando, en equilibrio, sobre el borde de la acera, como hacía de niño; es como si este borde fuera hoy lo único importante en su vida, como si fuera ahora el límite de todas las cosas. Es un tiempo puro y con este recorrido quiero engañar al día. Mientras, todos duermen, o, más bien, casi todos, ya que, a lo lejos, puede verse la cálida luz de la cruasantería – de hecho, es de neón, pero tiene un cierto calor que le hace parecer ámbar-.
Cuando me aproximo a ella puedo ver la nube de niebla que cubre la vitrina, lo que es para mí, algo así como los buenos días alegres que, la panadera, reserva, sólo, para los primeros clientes – es la complicidad del amanecer.-
Compro cinco cruasanes, una baguette bien moldeada pero no demasiado hecha. Veo al panadero, con su delantal enharinado, que se encuentra en el fondo de la tienda, y que me saluda, como lo haría un general a sus valientes, al inicio de la batalla.
Vuelvo, otra vez, a mi calle. Me siento bien: pero el regreso ya no es igual; la mañana empieza iluminar el día. La acera ya no la encuentro libre, está un poco como aburguesada, por esta baguette que llevo bajo el brazo y con la bolsa de cruasanes cogida de la mano. Tomo un cruasán y siento su miga caliente y suave. Hago mía esta pequeña golosina, que, con el frío de la mañana, y mientras camino, hace que el cruasán sea, ahora, para mí, lo más importante. Él es mientras camino, el horno y también mi casa y mi refugio.
Avanzo muy despacio, todo me parece lleno de esta masa rubia-amarilla que calienta el azul, el gris y el rosa de la mañana, cuando ya la noche comienza a apagarse. El día comienza a remontar pero, lo mejor de él, ya lo tengo conmigo.”
(Es una traducción libre del artículo de P. Delerm “Le croissant du trottoir” del libro “ La Première Gorgée de bière et autres plaisirs minuscules » (Gallimard 1997))