PAZ, PIEDAD Y PERDÓN*
ÁLVARO JOSÉ MARTÍN MARTÍN
La noticia de la concesión a nuestro compañero Francisco Javier Gómez Gálligo de la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort merece un prolongado aplauso por el reconocimiento que el Ministerio de Justicia hace a quien ha sido hasta hace unos meses Director General de los Registros y del Notariado.
Sin duda se ha tenido en cuenta su infatigable dedicación y, en particular, el esfuerzo que tuvo que hacer para suavizar tensiones entre notarios y registradores. Creo que tiene especial valor la búsqueda de una doctrina registral equilibrada en sede de recursos gubernativos, elaborada por un equipo brillante y preparado que tuvo el mérito de saber dirigir. Unas resoluciones nos habrán gustado más y otras menos pero, en conjunto, se debe reconocer la capacidad para razonar en profundidad las soluciones y, algo tan poco frecuente en la vida administrativa, la diligencia para cumplir escrupulosamente los plazos.
A propósito de esas tensiones, de plena actualidad desgraciadamente en estos momentos en que todo está por decidir, pienso que, salvadas las inevitables rencillas personales, no tiene una explicación razonable lo de nuestra historia reciente.
Me refiero a que llevamos ya demasiado tiempo enredados en un mantra corporativo que machaconamente pretende convencernos y convencer a todo el mundo de la absurda idea de que en España no hay sitio para las dos profesiones. Sobra el registro según unos (doble calificación); sobra la escritura, según los otros (equiparación de documento electrónico a documento notarial como título inscribible). Así que tenemos magníficos equipos humanos empleando tiempo y dinero en pisarse la manguera, negarse el pan y la sal y cegar cualquier buena iniciativa (porque, si es de los otros, no puede ser buena).
Pero desde la consideración del profesional jurídico y económico mejor informado, de los poderes públicos, y, sobre todo, desde la realidad de las cosas, formamos parte inescindible, unos y otros, de una institución que se viene ocupando desde el Siglo XIX de una muy importante parcela de la seguridad jurídica en España. Nuestra actuación conjunta garantiza los derechos de los ciudadanos y la aplicación en el ámbito privado de la legislación estatal y, también, de las Comunidades Autónomas.
Creo que nuestra fortaleza se basa en que, a pesar de todo, la inmensa mayoría de los registradores y notarios, practicamos a diario las virtudes que nos hacen imprescindibles. Estudiamos los casos, damos soluciones, colaboramos unos con otros y, con el inestimable apoyo de nuestros equipos humanos, que están todos los días en contacto, autorizamos un ingente número de documentos y asientos registrales que, en otro sistema, precisarían diez veces más funcionarios sin garantizar la calidad del producto final como lo hacemos nosotros (entre otras cosas porque no existiría la responsabilidad patrimonial que a nosotros se nos exige cuando nos equivocamos).
Por eso me parece que deberíamos sentirnos orgullosos de nuestras profesiones, de haber podido mantener su calidad y su prestigio a pesar de crisis y recortes; de haber sido capaces de seguir atrayendo a brillantes graduados (mayormente graduadas) pese a la dureza de la oposición y, en definitiva, de estar prestando un servicio esencial a la sociedad.
No es cierto que no haya sitio en España para las dos profesiones. Lo que me parece de una claridad meridiana es que lo que no hay es sitio solo para una.
En vez de estar todo el día a la gresca lo que debemos hacer es buscar juntos nuevas funciones y de satisfacer juntos nuevas necesidades, en campos que la nueva sociedad inteligente y tecnológica está demandando ya.
Álvaro José Martín Martín
Registrador Mercantil de Murcia
* En 1938 otro Letrado de la Dirección General de los Registros y del Notariado, Don Manuel Azaña, pronunció un célebre discurso que ha pasado a la historia con el título “Paz, piedad y perdón” en el que, partiendo del derecho de todos a tener un lugar bajo el sol, abogaba para que nuestra Guerra Civil terminara mediante la negociación. Ninguno de los dos bandos le hizo caso, desgraciadamente. Pese a ser todos hermanos prefirieron jugársela al aplastamiento del contrario. Así nos fue a los españoles.