ALGO MÁS QUE DERECHO.
NICANOR PARRA SANDOVAL: “HAY UN DÍA FELIZ”.
Nicanor Parra Sandoval (5 septiembre 1914) es un poeta, matemático y físico chileno cuya obra ha tenido una profunda influencia en la literatura hispanoamericana. Considerado el creador de la antipoesía, Parra es, en palabras de Harold Bloom, «incuestionablemente, uno de los mejores poetas de Occidente”.
La antipoesía es un género literario afín a la poesía, que utiliza elementos del lenguaje común modificándolos al extremo del absurdo como manera de atraer la atención del lector. Es una escritura autocrítica, festiva, burlona acerca del lenguaje, el objeto y el autor, que quiere cuestionar y demoler todos aquellos elementos y valores tradicionalmente sobreentendidos a la poesía. Su discurso suele estar constituido por saltos y reflexiones imprevistas.
La antipoesía parriana, caracterizada por el uso de clichés y lenguaje coloquial, que libera a la poesía de toda solemnidad, tiene su origen en cuando Nicanor estudiaba en el Internado Nacional Barros Arana de Santiago en 1932, dándose a conocer con la publicación de su libro “Poemas y antipoemas” (1954), que, en su momento, causó un cierto rechazo al romper con la tradición poética hispanoamericana. Suya es la expresión: “Porque es un hecho bien establecido que el presente no existe sino en la medida en que se hace pasado y ya pasó… como la juventud”. (WIKIPEDIA)
En cierto modo, es verdad, que, conforme avanza, cada día, el tiempo de nuestra vida personal y única, estamos hechos más de pasado que de presente y futuro, y sólo nos queda, en esos momentos de reflexión, diarios, el poso de los años transcurridos, de nuestras alegrías y amarguras, de nuestra juventud perdida; el recuerdo de nuestros padres desaparecidos y la sensación de que no entendemos y quizá tampoco aceptamos muchas cosas de nuestro tiempo presente. Uno de los poemas escogidos de Nicanor Parra es éste, en el que reflexiona sobre todo lo anterior.
UN DIA FELIZ
A recorrer me dediqué esta tarde
las solitarias calles de mi aldea,
acompañado por el buen crepúsculo
que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
y su difusa lámpara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo,
con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
volver a ver esta querida tierra,
pero ahora que he vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
en la torre más alta de la iglesia;
el caracol en el jardín, y el musgo
en las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
del cielo azul y de las hojas secas,
en donde todo y cada cosa tiene
su singular y plácida leyenda,
y hasta en la propia sombra reconozco
la mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
que presenció mi juventud primera,
el correo en la esquina de la plaza
y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
uno apreciar la dicha verdadera,
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
que la vida no es más que una quimera;
una ilusión, un sueño sin orillas,
una pequeña nube pasajera.
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A estas alturas siento que me envuelve
el delicado olor de las violetas
que mi amorosa madre cultivaba
para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
no podría decirlo con certeza.
Todo está igual, seguramente,
el vino y el ruiseñor encima de la mesa,
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!