Julián Barnes: Nada que temer.

Julián Barnes: Nada que temer.

Admin, 15/09/2015

 

 Julián Barnes (Leicester, 1946) se educó en Londres y en Oxford y está considerado como una de las mayores revelaciones de la narrativa inglesa de las últimas décadas. Entre sus novelas se pueden destacar las de Metrolandia (Premio Somerset Maugham 1981), Antes de conocernos, El loro de Flaubert (Premio Geoffrey Faber Memorial y, en Francia, Premio Médicis) y Nada que Temer, de la que hoy recojo algunos párrafos.

  Al mismo comenzar el libro, ya tenemos el primer golpe de efecto: «No creo en Dios –dice-  pero le echo de menos». Con esta frase ilusoria y feliz arranca este libro de Barnes, escrito al filo de los 60 años. Lo primero que hay que advertir es que Nada que temer no es una novela, sino un libro de ensayo literario que trata de rastrear en ese espacio especulativo del más allá. Pese a que nadie ha venido para contarlo, ese espacio ha dado lugar a un género literario que podría resumirse en esta pregunta. ¿Hay vida más allá de la muerte? Barnes se declara ateo, pero vive rodeado de amigos religiosos, en una sociedad en la que la religión ocupa un espacio. También él, así nos lo confiesa, cuando piensa en Dios, no piensa en Buda o en Mahoma, sino en Jesucristo, porque aunque no sea cristiano, ése es el Dios que domina en su cultura e, inevitablemente, es el que lleva en su cabeza, aunque no crea. El tema de la muerte suele resultar recurrente a partir de una cierta edad, por eso la juventud vive como si fuera inmortal. Pero a los cuarenta años Barnes ya estaba preocupado pues hace una anotación en su diario que rescata para este libro: «La gente dice de la muerte: “No hay nada que temer”. Anoto lo siguiente:

  “Sin duda la religión cristiana no ha durado tanto porque todos los demás creían en ella, o porque la impusieron los gobernantes y el clero, o porque era un medio de control social, o porque era la única versión disponible y porque si no creías en ella podrían truncarte rápidamente la vida. Duró también porque era una hermosa historia, porque era el supremo combate entre el bien y el mal..La historia de Jesús –una misión altruista, enfrentarse al opresor, la persecución la traición, la ejecución y la resurrección.. era toda una tragedia con final feliz. Leer la Biblia como literatura no tiene punto de comparación a leerla como una verdad, la verdad refrendada por la belleza..

  La religión ofrecía consuelo por las penalidades de la vida y recompensa al final de la misma, pero por encima y más allá de estas expectativas, daba a la vida humana un sentido de contexto y por consiguiente de seriedad ¿hacía que la gente se comportase mejor? A veces; o a veces no; creyentes e incrédulos han sido en sus delitos igual de ingeniosos y viles. Pero ¿entonces por qué añorarla? Porque era una ficción suprema..el mundo lo había creado Dios y por tanto todo lo que ocurría en él era expresión de la voluntad divina o una consecuencia de que Dios concediera a su creación libre albedrío. En algunos casos Dios podía servirse del reino animal para reprender a su creación humana: por ejemplo enviando una punitiva plaga de langostas..

  Hoy nos empujamos unos a otros hacia el cielo seglar moderno de la realización personal: el desarrollo de la personalidad, las relaciones que ayudan a definirnos, el empleo que da prestigio, los bienes materiales, la propiedad de un inmueble, las vacaciones en el extranjero, la adquisición de ahorros, la acumulación de hazañas sexuales, las visitas el gimnasio, el consumo de la cultura..todo esto contribuye a la felicidad ¿no?¿no? Es el mito que hemos elegido y casi tan ilusorio como el mito que insistía en la consumación y el éxtasis cuando sonara la última trompeta, las tumbas se abrieran y las almas perfeccionadas y sanadas se unieran a la comunidad de los santos y los ángeles.

  Pero si consideramos que la vida es un ensayo o una preparación o una antesala o cualquier otra metáfora que escojamos, pero en cualquier caso algo contingente, algo dependiente de una realidad más grande, en otra parte, entonces se vuelve al mismo tiempo menos valioso y más serio. Las regiones del mundo en que la religión ha perdido fuerza y hay un reconocimiento general de que este breve lapso de tiempo es lo único que tenemos, no son, en conjunto, lugares más serios que aquellos donde las campanas de la catedral o el muecín del minarete todavía hacen volverse las cabezas. En conjunto ceden a un materialismo frenético; aunque el ingenioso animal humano es bien capaz de construir civilizaciones donde la religión coexiste con un materialismo frenético, véase, por ejemplo, Norteamérica…

   Mi amigo J. recuerda la obra que escuchamos en aquel concierto de hace unos meses: una misa de Haydn. Cuando aludo a nuestra conversación posterior, sonríe como un gnomo. Así que le pregunto, a mi vez:” ¿Cuántas veces pensaste en Jesucristo resucitado durante la obra?”. “Pienso en él constantemente”, contesta. Como no sé si lo dice con total seriedad o con total frivolidad, le hago una pregunta que no recuerdo haber hecho a ningún otro amigo adulto “¿Eres..hasta qué punto eres religioso?”(mejor dejarlo claro al cabo de los treinta años que le conozco). Y suelta una risa larga, baja: “Soy irreligioso”. Luego sonríe: “No; soy muy irreligioso”…

  Montaigne observó que “el cimiento más sólido de la religión es el desprecio a la vida”. Tener una pobre opinión de este mundo desgarrado era lógico, en realidad, esencial para un cristiano: un excesivo apego a la tierra –y no digamos el deseo de alguna forma de inmortalidad terrestre- habría sido una impertinencia hacia Dios. El equivalente británico más próximo a Montaigne, Sir Thomas Browne, escribió: “un pagano podría tener más motivos para estar enamorado de la vida, pero no veo cómo un cristiano que esté aterrado por la muerte puede rehuir este dilema: que tiene un excesivo apego a esta vida o que desespera de la venidera..”

  El temor a la muerte sustituye al temor de Dios. Pero este temor, al menos, permitía negociar. Convencimos a Dios de que renunciase a ser vengativo y le llamamos “infinitamente misericordioso”. Del Dios Antiguo pasó a ser el Nuevo, como en los Testamentos, arrancamos su imagen esculpida..pero con la muerte no podemos hacer lo mismo; a la muerte no se la puede convencer, ni se le puede sacar partido alguno; simplemente se niega a sentarse a la mesa de negociaciones; no tiene que fingir que es vengativa o misericordiosa, ni tampoco infinitamente despiadada, es insensible al insulto, la queja o la condescendencia…así somos”.

 

Alicante Septiembre 2015 (JLN)

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