Apuntes literarios
PEDRO ÁVILA NAVARRO, NOTARIO Y REGISTRADOR
En este archivo, Pedro Ávila irá incorporando, en formato breve, observaciones, comentarios, anécdotas que han activado su imaginación al tiempo que disfrutaba de la lectura.
Dante en el Infierno
En el canto III de la Divina Commedia, Dante se presenta con Virgilio a las puertas del infierno.
La visita no era extraña en la antigüedad clásica:
Odiseo ya había visitado en el Hades a los héroes homéricos, que vivían allí una vida exánime, despojada de su vieja gloria; allí encontró a su madre: tres veces intentó abrazarla, y tres veces se desvaneció entre sus brazos como sombra o sueño: Esta es la condición de los mortales cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos la carne y los huesos, pues los consume la viva fuerza de las ardientes llamas tan pronto como la vida desampara la blanca osamenta; y el alma se va volando, como un sueño (Odisea, canto XI).
Incluso el gran Aquiles, que había elegido morir joven cubierto de gloria a vivir largos y anodinos años, ahora, ya muerto, le dice a Odiseo: No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser un esclavo labrador, o un indigente sin medios para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos (Odisea, canto XI).
A su vez, Virgilio había hecho bajar al Averno a Eneas en busca de su padre Anquises, el que fue envanecido amante de Afrodita; y la sibila había advertido que es fácil bajar al Averno, porque la puerta del negro Plutón está abierta día y noche; lo difícil es volver sobre tus pasos y salir de nuevo a la luz. También por tres veces el hijo intentó abrazar al padre, y tres veces la sombra asida en vano se le fue de las manos como un aura leve, como un sueño alado (Eneida, VI).
Pero el infierno cristiano de Dante es peor aún que el clásico; sobre la vieja puerta de Plutón, ahora dominio de Lucifer, encuentra Dante, escritos con parole di color oscuro, unos versos terribles:
(1) La «perduta gente», los condenados, «le genti dolorose ch’hanno perduto il ben dell’intelletto».
(2) «La divina podestate», el Padre; «la somma sapienza», el Hijo; «il primo amore», el Espíritu Santo.
(3) Sólo los ángeles fueron creados antes que el infierno; así, el infierno nació como castigo para los ángeles caídos, no para el hombre, aunque luego se convirtiera éste en su principal cliente.
Pero no todo es tan solemne en la vida y en la obra de Dante; cuando salió de Florencia (ciudad que ahora lo glorifica, pero que en vida lo martirizó), estuvo refugiado, entre otros muchos sitios, en casa de un amigo, Guido Selvatico, prohombre güelfo de Casentino. El amable huésped tenía una mujer muy hermosa, y es lástima que su virtud no corriera pareja con su hermosura: la mujer recibía a menudo las visitas de un fraile del lugar, que se encerraba con ella largas horas, so pretexto de guía y auxilio espiritual. Dante, considerándose obligado a vigilar el honor de su amigo, puso a éste sobre aviso y le preguntó si realmente creía que en las visitas no había nada pecaminoso; la respuesta del noble no tiene desperdicio:
–Por lo que respecta al fraile, pongo la mano en el fuego.
No obstante, Dante escribió unos versos de alarma, que Selvatico esculpió en las paredes del palacio cuando –el último, como le pasa a los maridos– descubrió que estaba a punto de quemarse la mano:
No hay más noticias del incidente; pero sí se sabe que Dante no encontró en el infierno ni a la mujer ni al fraile.
Cervantes, Poeta
Cervantes tenía su cierto complejo de inferioridad ante Lope de Vega; por una parte, porque iba vendiendo, bien que mal, sus comedias, hasta que el éxito y el monopolio del caudaloso Lope le trajeron la ruina; por otra, porque Lope era un poeta, que entonces era lo más que se podía ser en literatura, y a Cervantes parece que no se le daba bien el verso:
La rivalidad entre los dos trascendió al mundo de las letras: El anónimo autor del «Quijote de Avellaneda» insulta a Cervantes: Soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos; y defiende a Lope: En los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras, y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar.
Cervantes contesta en el prólogo de la segunda parte de «El Quijote»: Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años».
Y lanza una andanada contra Lope: «He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me describa qué cosa sea la invidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y, siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañose de todo en todo: que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa…; todo el mundo sabía que «la ocupación continua y virtuosa» de Lope era perseguir a las mozas de Madrid.
Y si alguna duda queda de la ironía de Cervantes, la despeja Maese Pedro en el capítulo XXVI: No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo que no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo?
Sobre la prosa de Cervantes está todo dicho; pero cabría discutir sobre Cervantes poeta; léanse antes estos versos:
Hay poemas en prosa y hay prosa en poemas.
Valle Inclán
De Valle Inclán, en la «Sonata de Estío»:
Y repentinamente entristecido, incliné la cabeza sobre el pecho. No quise ver más, y medité, porque tengo amado a los clásicos casi tanto como a las mujeres. Es la educación recibida en el Seminario de Nobles. Leyendo a ese amable Petronio, he suspirado más de una vez lamentando que los siglos hayan hecho un pecado desconocido de las divinas fiestas voluptuosas. Hoy, solamente en el sagrado misterio vagan las sombras de algunos escogidos que hacen renacer el tiempo antiguo de griegos y romanos, cuando los efebos coronados de rosas sacrificaban en los altares de Afrodita. ¡Felices y aborrecidas sombras: Me llaman y no puedo seguirlas! Aquel bello pecado, regalo de los dioses y tentación de los poetas, es para mí un fruto hermético. El cielo, siempre enemigo, dispuso que sólo las rosas de Venus floreciesen en mi alma y, a medida que envejezco, eso me desconsuela más. Presiento que debe ser grato, cuando la vida declina, poder penetrar en el jardín de los amores perversos. A mí, desgraciadamente, ni aun me queda la esperanza. Sobre mi alma ha pasado el aliento de Satanás encendiendo todos los pecados: Sobre mi alma ha pasado el suspiro del Arcángel encendiendo todas las Virtudes. He padecido todos los dolores, he gustado todas las alegrías: He apagado mi sed en todas las fuentes, he reposado mi cabeza en el polvo de todos los caminos: Un tiempo fui amado de las mujeres, sus voces me eran familiares: Sólo dos cosas han permanecido siempre arcanas para mí: El amor de los efebos y la música de ese teutón que llaman Wagner.
La interpretación malévola dice que Valle-Inclán llegó a esa conclusión negativa después de haber probado las dos cosas.
Del ABC, 03-02-2002: «Cien años después de la publicación de su primera sonata, la de otoño, llegan al ruedo ibérico las Obras Completas de don Ramón del Valle‑Inclán, Marqués de Bradomín. Espasa y las cuatro ramas de la familia han conseguido, tras varias décadas, reunir en dos tomos todo el ‘recado de escribir’ del maestro de las palabras. En el primero está la prosa y en el segundo hay teatro, poesía, artículos y cuentos […] Cuando se cumple un siglo de la aparición de ‘Sonata de otoño’, ve la luz, reunida en dos volúmenes, toda la labor literaria del genio de los botines blancos. Joaquín del Valle‑Inclán, hijo del actual Marqués de Bradomín y nieto de don Ramón, ha esculpido con pasión de amanuense el edificio de estas Obras Completas. Durante más de dos décadas ha peregrinado por Argentina, Bolivia, Chile, México y Cuba, donde el autor de ‘Tirano Banderas’ principió sus duelos y quebrantos literarios. Allí recabó datos biográficos sobre su abuelo, así como las entrevistas y conferencias que dio en sus viajes, principalmente en 1910 y 1921. Algún tiempo antes, sufría Valle un quebranto físico: la pérdida de su brazo izquierdo en una refriega o justa o fusta con Manuel Bueno. El bueno de don Ramón recibió un bastonazo del señor Bueno con tan mala fortuna que un gemelo de su camisa se le incrustó en su extremidad. El gemelo le produjo una infección. Hubo que amputar, ‘como el puntazo de un torero’, comenta su hijo, el doctor Carlos del Valle‑Inclán».
(Ejercicio crítico para jóvenes aficionados a la Lengua: ¿Qué significa realmente recado de escribir? ¿Y duelos y quebrantos?)
He aquí, por lo demás, dos trozos de Don Ramón María que aparecen en el mismo artículo:
El primero, de su autopresentación:
Este que veis aquí, de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo: Don Ramón María del Valle‑Inclán. Fui hermano converso en un monasterio de cartujos, y soldado en tierras de la Nueva España. Una vida como la de aquellos segundones hidalgos que se enganchaban en los tercios de Italia por buscar lances de amor, de espada y de fortuna. Como los capitanes de entonces, tengo una divisa, y esa divisa es como yo, orgullosa y resignada: ‘Desdeñar a los demás y no amarse a sí mismo’. Hoy, marchitas ya las juveniles flores y moribundos todos los entusiasmos, divierto penas y desengaños comentando las Memorias amables que empezó a escribir en la emigración mi noble tío el marqués de Bradomín. ¡Aquel viejo, cínico, descreído y galante como un cardenal del Renacimiento! (De la serie «Juventud militante. Autobiografías», en la revista madrileña «Alma española», 27 de diciembre de 1903).
El segundo, de su poema «Testamento», escrito en la clínica donde murió:
Da sus últimas luces mi candil.
Ha colgado la mano de la muerte
papeles en la torre de marfil.
Regalo al tabernero de la esquina
mi cetro y mi corona de papel.
Las palmas, al balcón de una vecina
y a una máscara loca el oropel.
Puccini-Giacosa-Illica
Hasta la mitad del siglo XIX, Japón había mantenido su milenaria cultura aislada del resto del mundo, sin más que la tímida presencia de misioneros portugueses y españoles y la menos tímida de algunos comerciante holandeses; pero en la segunda mitad del XIX, por la presión de las potencias occidentales establecidas en el Pacífico, se vio obligado a abrirse a occidente; y lo hizo de una manera muy oriental: en un solo puerto: Nagasaki; que, en el tratado de Kanagawa (1859) fue declarado puerto franco.
Desde entonces fue muy visitado por barcos occidentales, y muchos de los marinos que tocaban allí aprovechaban la oportunidad que les brindaba la legislación japonesa, de un matrimonio temporal o, como en la obra de Puccini, comprando una esposa y una casa, las dos «per novecentonovantanove anni, con facoltà, ogni mese, di rescindere i patti», por 999 años, con facultad cada mes de rescindir el contrato; la esposa, «una ghirlanda di fiori freschi, una stella dai raggi d’oro; e per nulla: sol cento yen», una guirnalda de flores frescas, una estrella de rayos de oro, y todo por nada, sólo cien yenes. Cuando el barco partía, el marino se olvidaba del contrato, de la casa, de la esposa y del niño que normalmente llegaba. La pobre japonesita, que había entregado alma, vida y corazón, quedaba abandonada, llorando la ausencia; y no era infrecuente que alguna de ellas se quitase la vida…
Una de estas japonesas, abandonada por un marino americano, parece que fue Tsuru Yamamura; era de una familia de samurais, y solía llevar en su kimono el emblema o escudo de su familia, que era una figura en forma de mariposa. Su historia fue llevada a Estados Unidos por un matrimonio de misioneros y publicada en una revista por el escritor John Luther Long; tuvo mucha difusión, y un dramaturgo americano, David Belasco, escribió sobre ella una obra de teatro que se estrenó en Nueva York y en Londres en 1900.
En el mismo año 1900 Puccini viajó a Londres al estreno de Tosca; y fue a ver la obra sobre la pequeña geisha japonesa; no sabía una palabra de inglés, de manera que sólo pudo hacerse una idea aproximada del argumento; pero fue suficiente para darse cuenta de sus posibilidades dramáticas para una ópera. Tras el tira y afloja con el autor y la traducción al italiano, Giacosa e Illica se pusieron a trabajar en el libreto y Puccini en la música, para componer una de las historias de amor y de muerte más hermosas y más trágicas que ha producido el ingenio humano.
Este fragmento corresponde a un momento en que, después de tres años de ausencia del marino americano, Madama Butterfly, contra toda evidencia y toda sensatez, mantiene su fe inquebrantable en el regreso, frente a la fiel sirviente Suzuki, que se preocupa por la estrechez de sus finanzas:
Un hermoso día veremos elevarse un hilo de humo en el horizonte.
Después la nave aparece. La nave blanca entra en el puerto. Zumba su saludo.
¿Ves? ¡Ha venido!
Yo no bajo a su encuentro; no. Me quedo allí, en la cumbre de la colina, y espero; espero mucho tiempo; pero no me pesa la larga espera.
Y… salido de la muchedumbre ciudadana, un hombre, un pequeño punto, sube por la colina.
¿Quién será? ¿quién será? Y cuando llegue cerca, ¿qué dirá? ¿qué dirá?
Llamará desde lejos: ¡Butterfly!
Yo, sin responder, me quedaré escondida; un poco por broma y poco por no morir al primer encuentro.
Y él, un poco preocupado, llamará, llamará: Pequeña mujercita, perfume de verbena (los nombres que me daba cuando llegó).
Todo esto pasará, te lo prometo; contén tu miedo. Yo, con fe segura, lo espero.
Pero cuando Pinkerton regresa, es acompañado de «una vera sposa americana» y con la intención de llevarse al niño. Butterfly se hace el hara-kiri con el mismo cuchillo con que lo hizo su padre.
La verdadera Tsuru Yamamura no se suicidó; y su hijo, si es que se fue con su padre, volvió luego a Nagasaki; la historia registra su nombre: Tomisaburu Kuraba; quizá fue un notable samurai, siguiendo la tradición de la familia. De manera que Puccini, Giacosa e Illica fueron más crueles con su Butterfly que la vida con la verdadera Tomisaburu; quizá por eso se vieron obligados a escribirle una carta, humorística y sentimental a la vez, en la que le pedían perdón por verse obligados a hacerla morir en escena.
Los problemas de todas las Butterflies de Nagasaki se acabaron el 9 de agosto de 1945, cuando los Estados Unidos les dejaron caer encima una bomba atómica.
Garcilaso de la Vega
Leer en voz alta, por favor:
Debe prestarse atención al primer cuarteto, donde aparecen unas prendas que a veces se encuentran «por mí mal halladas» y otras como «por mi mal halladas»: la prosodia admite las dos formas y sólo la acentuación italiana de los sonetos impone el «mi» adjetivo y no pronombre. Y aparece también un con ella en mi muerte conjuradas que hoy puede parecer confuso: significa que prendas y memoria se han conjurado para darme muerte.
Obsérvense también los tercetos, donde el ritmo de los verbos (en formas hoy obsoletas), prepara el quiebro en un adjetivo final.
El interés del soneto se acrecienta por el hecho de que lo empieza a recitar Don Quijote en el capítulo XVIII de la segunda parte, al entrar en la casa del Caballero del Verde Gabán, don Diego de Miranda:
Halló don Quijote ser la casa de don Diego de Miranda ancha como de aldea; las armas, empero, aunque de piedra tosca, encima de la puerta de la calle; la bodega, en el patio; la cueva, en el portal, y muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las memorias de su encantada y transformada Dulcinea; y sospirando, y sin mirar lo que decía, ni delante de quién estaba, dijo:
Rubén Darío y sus clásicos
Responso
Padre y maestro mágico, liróforo celeste
(1) y (2) El responso se escribe por Rubén Darío a la muerte de Verlaine, que había sido su maestro.
Liróforo, portador de la lira.
Siringa, flauta compuesta de varios trozos de caña de distinta longitud. La ninfa Siringe, perseguida por Pan, se transformó en caña, con la que el burlado perseguidor se hizo la flauta.
Sistro, instrumento músico de metal en el que, al agitarlo, retiñen unas varillas al golpear contra un aro fijo.
Propileo, columnata previa a un recinto sacro, como la que hay a la entrada de la Acrópolis.
Pan es el dios de los pastores y de los rebaños. Tiene piernas de macho cabrío, lo que le da gran agilidad en el monte, y cuerpo de hombre, un poco deforme; es bicorne. La siringa es su atributo, por las razones dichas; el sistro, la lira y tambor, no tanto.
Su nacimiento es oscuro: según unos, es hijo de Hermes y de una señora que, debido a su aspecto monstruoso, lo abandonó al nacer; su padre lo llevó al Olimpo y allí, todos (pan=todos) los dioses se regocijaron al verlo; según otros, era hijo de Penélope, la esposa de Odiseo, que, en ausencia de éste, lo engañó con todos (otra vez pan=todos) los pretendientes; pero la supuesta infidelidad de Penélope resulta injuriosa y absolutamente inaceptable. Quizá sea más acertada la tercera versión, que hace a Pan hijo del pastor Cratis y de una cabra; eso deja sin explicar su nombre, pero explica perfectamente su anatomía.
(3) Filomela era una princesa ateniense a la que su cuñado violó; y, para que no pudiera denunciarlo, le cortó la lengua; huyendo de él, los dioses le permitieron escapar transformándola en pájaro. Según unos, en golondrina, que por eso pía entrecortadamente, como si quisiera contar su tragedia sin conseguirlo. Según otros, en ruiseñor, y sus argumentos también parecen poderosos, porque el ruiseñor, aún hoy, no puede sacar la lengua; esta versión casa mejor con la Filomela símbolo de la música y la armonía.
(4) Canéfora es una muchacha portadora de un cesto; el acanto es una planta con hoja largas y rizadas, símbolo de gloria, que figura en el capitel corintio.
Citérea es uno de los nombres de Afrodita, a la que los romanos y nosotros llamamos Venus; se debe a que esta diosa nació cerca de la isla Citera, que hoy apodan los griegos «isla de los canguros», por sus numerosos emigrantes a Australia que vuelven de vacaciones en verano. Mucho antes de eso, Cronos había cortado los genitales a Urano y los había arrojado al mar; del semen divino, mezclado con la espuma del mar, nació la hermosa Afrodita; nació montada en el enorme falo de Urano, pero como la imagen no quedaba muy bien, los artistas del Renacimiento, en una especie de «photoshop» anticipado, la colocaron sobre una concha de vieira gallega, que en esa época habían hecho muy popular los peregrinos a Santiago. Dice Homero que era amante de la risa (Afrodita, no Santiago), y quizá lo dice despreciativamente, por despecho de que la diosa se pusiera de parte de los troyanos en la guerra de Troya; pero no podía ser de otra forma: Eneas, uno de los héroes troyanos, era su hijo (engendrado en una aventurilla pasajera con Anquises, al que se encontró en el monte Ida, y no pudo resistir…; pero eso merece capítulo aparte). Sea como fuere, el corazón se alegra de ver la imagen de Afrodita sobre el mar, en su concha, empujada por los Céfiros hacia la isla…
El laurel era símbolo de Apolo; en griego se dice dafne. Porque Dafne era una ninfa a la que Apolo cortejaba; ella se resistía y, también escapando, como Filomela, fue convertida en laurel; en los cuadros se ve la chica con la manos estallando ya en verdes hojas, al principio de la violenta metamorfosis. Apolo no pudo hacer otra cosa que coronarse de laurel, lo más parecido, aunque muy remotamente, a su primitiva pretensión.
Ovidio cuenta cómo la ninfa pide su propia transformación a su padre Peneo y cómo la transformación se produce (Metamorfosis 1, 545–552):
Y cómo Febo Apolo queda burlado (553–556):
También lo cuenta Garcilaso de la Vega en su soneto XIII
El vino, la leche y la miel se ofrecían en los sacrificios; la miel era muy preciada, porque los griegos no conocían el azúcar, y menos la sacarina, pero era pringosa y difícil de manejar para los sacerdotes.
(5) Las náyades son las ninfas de agua dulce (las de agua salada son nereidas); las náyades son doncellas espirituales de ojos verdes, recuérdese la rima de Bécquer: verdes los tienen las náyades…; son hijas de los ríos; son huidizas y desdeñan el amor; toda fuente que se precie tiene, por los menos, una. Es mejor no intentar verlas, y mucho menos perseguirlas, porque su cólera puede producir locura; Nerón tuvo grave enfermedad por bañarse en la fuente de la ninfa Marcia.
(6) Los sátiros, que en Roma se llamaban faunos, son genios de la naturaleza, asistentes de Dionisos-Baco. Como Pan, son híbridos de hombre y macho cabrío, pero con cola de caballo ondulante por detrás; y por delante, falo siempre presto, pero casi siempre burlado por las esquivas ninfas.
La armonía sideral se refiere a la antigua creencia de que las estrellas estaban fijas en distintas esferas que giraban alrededor de la tierra; el roce de unas con otras producía una música celestial que se llamó música de las esferas. Si bien una esfera bastaba para explicar el movimiento aparente de las estrellas alrededor de la tierra, hacía falta otra para el sol, otra para la luna y varias más, articuladas entre sí, para explicar, no muy bien, el de los planetas (planeta en griego significa vagabundo). Los griegos conocían la redondez de la tierra y midieron su circunferencia con bastante exactitud (no así la del sol, que consideraban de tamaño aproximado al del Peloponeso); pero sus conocimientos se perdieron en la edad media, quizá en el incendio de la biblioteca de Alejandría, y hubo que empezar de nuevo; si Colón hubiera sabido las dimensiones reales quizás no se habría atrevido a emprender el viaje a Japón por Occidente.
(7) Es el triunfo final de la mística cristiana frente a disolución pagana en el alma atormentada, en la esquizofrenia sacro-profana, de Verlaine.
Juan Ramón Jiménez, Saint–Exupéry, Melville y Vittorio Gassman
En 1956 apareció en la prensa la noticia de la concesión del premio nobel a Juan Ramón Jiménez; y poco después, en 1958, la de su muerte, con la foto de su mascarilla. Quizá uno y otro suceso hicieron que llegara a manos de muchos lectores «Platero y yo», para los más viejos, en un tomito que Aguilar había editado como número 7 de la Colección Crisolín hacía algunos años (1953), adelantándose a aquellos dos sucesos. Muchos se empeñaban en considerarla una obra para niños, como una especie de «Le Petit Prince» español; el mismo autor, en su previa «advertencia a los hombres que lean este libro para niños»:
Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para… ¡qué sé yo para quién!…, para quien escribimos los poetas líricos… Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien! «Donde quiera que haya niños –dice Novalis– existe una edad de oro». Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta…
Tras esta dulce advertencia, comienza el cuento:
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente son su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
–Tien’ asero…
Tiene acero. Acero de plata y luna, al mismo tiempo.
Y, puesto que hablamos de libros infantiles para adultos, bueno será recordar, la historia del principito con la serpiente, de Antoine de Saint–Exupéry; pero antes, también una advertencia previa del autor:
A Léon Werth Je demande pardon aux enfants d’avoir dédié ce livre a une grande personne. J’ai une excuse sérieuse: cette grande personne est le meilleur ami que j’ai au monde. J’ai une autre excuse: cette grande personne peut tout comprendre, même les livres pour enfants. J’ai une troisième excuse: cette grande personne habite la France où elle a faim et froid. Elle a bien besoin d’être consoleé. Si toutes ces excuses ne suffissent pas, je veux bien dédier ce livre a l’enfant qu’a été autrefois cette grande personne. Toutes les grandes personnes ont d’abord été des enfants. (Mais peu d’entre elles s’en souviennent.) Je corrige donc ma dédicace: A Léon Werth quand il était petit garçon.
A Léon Werth Pido perdón a los niños por dedicar este libro a una persona mayor. Tengo una excusa seria: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor puede comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Y tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene necesidad de ser consolado. Si todas estas excusas no bastan, quiero dedicar este libro al niño que fue en otro tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores han sido antes niños (pero pocas se acuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria: A Léon Werth cuando era niño.
Le petit prince s’assit sur une pierre et leva les yeux vers le ciel:
–Je me demande, dit–il, si les étoiles sont éclairées afin que chacun puisse un jour retrouver la sienne. Regarde ma planète. Elle est juste au–dessus de nous… Mais cornme elle est loin!
–Elle est belle, dit le serpent. Que viens–tu faire ici?
–J’ai des difficultés avec une fleur, dit le petit prince.
–Ah! fit le serpent.
Et ils se turent.
–Où sont les hommes? reprit enfin le petit prince. On est un peu seul dans le désert…
–On est seul aussi chez les hommes, dit le serpent.
Le petit prince le regarda longtemps:
–Tu es un drôle de bête, lui dit–il enfin, mince comme un doigt…
– Mais je suis plus puissant que le doigt d’un roi, dit le serpent.
Le petit prince eut un sourire:
–Tu n’es pas bien puissant… tu n’as même pas de pattes, tu ne peux même pas voyager…
–Je puis t’emporter plus loin qu’un navire, dit le serpent.
Il s’enroula autour de la cheville du petit prince, comme un bracelet d’or:
–Celui que je touche, je le rends a la terre dont il est sorti, dit–il encore. Mais tu es pur et tu viens d’une étoile…
Le petit prince ne répondit rien.
–Tu me fais pitié, toi si faible, sur cette Terre de granit. Je puis t’aider un jour si tu regrettes trop ta planète, Je puis…
–Oh! J’ai très bien compris, fit le petit prince, mais pourquoi parles–tu toujours par énigmes?
–Je les résous toutes, dit le serpent.
Et ils se turent.
El principito se sentó sobre una piedra y levantó los ojos al cielo:
–Me pregunto, dijo, si las estrellas se encienden para que cada uno pueda un día encontrar la suya. Mira mi planeta. Está justo encima de nosotros. ¡Qué lejos está!
–Es hermoso, dijo la serpiente. ¿A qué has venido aquí?
–Tuve dificultades con una flor, dijo el principito.
–¡Ah!, contestó la serpiente.
Y permanecieron callados.
–¿Dónde están los hombres?, prosiguió el principito. Se está un poco solo en el desierto.
–Con los hombres también se está solo, dijo la serpiente.
El principito la miró largo rato:
–Eres un animal extraño, le dijo al fin, delgado como un dedo.
–Pero soy más fuerte que el dedo de un rey, dijo la serpiente.
El principito sonrió:
–No eres muy fuerte, ni siquiera tienes patas, no puedes viajar…
–Puedo llevarte más lejos que un navío, dijo la serpiente.
Y se enroscó en el tobillo del principito como un brazalete de oro:
–Al que yo toco, lo vuelvo a la tierra de donde salió, dijo entonces. Pero tú eres puro y vienes de una estrella…
El principito no respondió nada.
–Me das pena, sobre esta Tierra de granito. Puedo ayudarte si algún día añoras tu planeta. Puedo…
–¡Oh! He comprendido, dijo el principito, pero ¿por qué hablas siempre con enigmas?
–Yo los resuelvo todos, dijo la serpiente.
Y se callaron.
De jovenzuelo, y a raíz de los análisis gramaticales que tuve que hacerle en el colegio, compré de segunda mano un tomo de la «Obra Escojida» de Juan Ramón Jiménez (sí, escojida, con j, que Juan Ramón es Juan Ramón, y puede escribirlo como quiera, y como no se calle el corrector ortográfico se lo voy a añadir al diccionario como palabra buena). Se trataba (o se trata, que aún lo conservo) de un extraño tomo encuadernado en plástico celeste y dorado, que con el tiempo arrugaba los cantos, como la vida, y que ideó Aguilar para los premios nobel. Allí entré en la poesía en verso de Juan Ramón Jiménez:
En ti estás todo, mar, y sin embargo…
Muchos años después me la volví a encontrar en Barcelona: Vittorio Gassman ponía en escena, en el teatro griego de Montjuic, una adaptación monologada de «Moby Dick» de Herman Melville; y en medio de la magia del teatro, con el techo de estrellas, el obseso capitán Ahab, quizá como un brindis hacia el público de España, quebró con Juan Ramón; en perfecto castellano, la voz armoniosa, dura y cálida a la vez, de Gassman, parecía el mar fluyendo y refluyendo sobre las gradas clásicas:
En ti estás todo, mar, y sin embargo…
Léase en voz alta, como se debe leer la poesía, y marcando el flujo y reflujo; empecemos de nuevo:
El poema pertenece al «Diario de un poeta reciencasado» (también reciencasado, todo junto), que encabeza con unos párrafos «del sánscrito»:
El día de ayer no es sino un sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, de este día!
Luego contaba Gassman en la televisión su vida de artista y su juventud calavera: en un teatro donde su compañía de cómicos hizo un alto, fueron muy mal tratados por el empresario, que finalmente se negó a pagarles; Vittorio le dejó una nota de despedida reprochándole su conducta y comunicándole: «Me he permitido tomar una dulce venganza: me he acostado con su mujer». Eso no me gustó; creo más en la máxima del gentleman inglés: «enjoy and shut up», goza y calla; las victorias de amor no se deben comentar con nadie, y mucho menos con el marido; están marcadas por la agridulce servidumbre del secreto.
Creo que a la mujer adúltera tampoco le gustó la indiscreción.
Ahab, dentro de su rudeza, era más sutil cuando luchaba con la ballena blanca que se convirtió en la obsesión de su vida:
Amigos, sostenedme; porque al verter mis pensamientos sobre este leviatán, me fatigan y me agotan con su inmenso alcance.
Melville publicó su Moby Dick en Nueva York en 1851; tenía la teoría de que para escribir un gran libro hacía falta un gran tema: Nunca se podrá escribir una gran obra sobre la pulga, aunque muchos lo intenten. Fiel a esta doctrina, se fue al extremo contrario de la pulga: la ballena blanca, Moby Dick. Resultó una novela de aventuras, de lucha del hombre con la ballena que años atrás se había llevado su pierna, y quizá también un manual para la caza de la ballena; la interpretó Gregory Peck en el cine, y parecía que todo quedaba ahí. Pero últimamente la crítica americana ha descubierto en ella un verdadero poema épico que nosotros no supimos ver (quizá porque ya se nos había pasado la época de los cantares de gesta) y una reflexión sobre el sentido de la vida como viaje y como lucha. Siempre se aprende algo.
FIN
(Continuará…)
SECCIÓN GENERAL RINCÓN LITERARIO
REDACCIÓN JURIDICA
BIOGRAFÍA DE PEDRO ÁVILA NAVARRO, PREMIO NOTARIOS Y REGISTRADORES 2014