Daniel Iborra Fort,
Notario de Vilafranca del Penedès
Desde nuestros primeros artículos venimos repitiendo que la economía es la base de los derechos sociales y que, para tener un alto nivel de vida un país, su sistema productivo ha de alcanzar un nivel similar de competitividad.
En consecuencia, no son de las promesas de los políticos, sino del éxito de los productos y de los servicios nacionales en los mercados, de lo que dependen el nivel de renta de la población, la remuneración, la seguridad y la cantidad del empleo, la financiación de los servicios públicos y las prestaciones sociales y, en definitiva, la calidad del Estado del bienestar.
Es, pues, la competitividad del sistema productivo el motor del desarrollo de los pueblos
Y ésta, no depende del régimen político del país, porque nadie compra los productos discriminándolos políticamente según el respeto de los gobiernos de los derechos humanos y las libertades públicas.
Entre los países de más desarrollo los hay democráticos y también autoritarios (ejm China) pero todos ellos van por la senda del esfuerzo y toman parecidas medidas para mejorar la calidad de su producción. Fundamentalmente, mejorar el sistema educativo, dotar de un marco legal, laboral, financiero y tributario que incentive la creación de empresas, lograr un equilibrio en las cuentas públicas… Lo que se llaman medidas estructurales.
¿Por qué las medidas estructurales, que son tan claras como sus beneficiosos efectos sobre la economía y la ciudadanía cuestan tanto que sean aprobadas y casi siempre se hace en situaciones extremas y ello en todo tipo de sistemas políticos sean democráticos o autoritarios?
En cuanto a estos últimos, en una serie que publicamos en el periódico económico Expansión y en un artículo sobre el ejemplo cubano ¿Por qué Cuba es tan pobre? exponíamos las razones de que no se estuvieran aplicando las medidas que tanto éxito habían tenido en China.
A pesar de las críticas, la experiencia política china nos parecía enormemente beneficiosa para la población, tanto en materia de bienestar material como, aunque pareciera un despropósito, para el futuro del sistema de libertades de la misma pues “Cuando un sistema político autoritario apuesta con éxito por el crecimiento del país y la satisfacción de las necesidades materiales de la población, la clase dirigente está asentando los fundamentos de un nuevo régimen político de naturaleza democrática”
Pero este no era el caso de los dirigentes cubanos o los de Corea del Norte, sus propósitos eran otros:
“Las dictaduras sólo pueden arraigar en sociedades, económica, social y culturalmente subdesarrolladas, de forma que el progreso económico es su más eficaz enemigo. Ya que, superadas por la población sus necesidades materiales, el ansia de desarrollo personal y de participación política y social de los ciudadanos forzará a un radical cambio político.
La forma de que, una vez implantado un sistema dictatorial, éste sea viable es encadenar a la miseria a su población para que, así, cuantos más ciudadanos estén bajo el límite de subsistencia, menor presión habrá para la implantación de un sistema político democrático.
Su sistema económico es ineficaz porque así lo exigen la supervivencia del régimen político y la estructura de poder e intereses de su clase dirigente” (actualmente se diría “casta dirigente”).
Para estos países que apuestan decididamente por un sistema dictatorial perpetuo, la expresión pan y libertad son incompatibles. Si dieran a su pueblo pan (progreso económico) luego pediría libertad y democracia.
Y en cuanto a las democracias, determinadas medidas, como las reformas laborales y de gasto público, pueden arruinar las expectativas electorales de sus dirigentes políticos.
Hace algún tiempo, un cliente me manifestó su queja de que las medidas que estaba tomando nuestro gobierno en materia laboral y de reducción de gasto público y de funcionarios eran demasiado tímidas y que deberían ser más radicales y le contesté que dirigir una democracia no es como gestionar una empresa.
Todo lo que decía tenía sentido en una empresa, pero en una democracia ¿con cuántos votos contaría para hacer llevar a cabo sus propuestas? ¿Ha calculado el número de personas afectadas por estas medidas y su reacción en las votaciones?
Y para aclarárselo le puse los siguientes ejemplos de países con mayor nivel de renta y de cultura y con más experiencia democrática que el nuestro:
Göran Person, que fue ministro de economía socialista de Suecia en 1996 y que reformó el Estado de bienestar para hacerlo viable, describía esta situación con las siguientes palabras que utilizamos en un artículo anterior: “Cuando fui nombrado ministro de economía en 1996, el déficit presupuestario de Suecia superaba de largo el 10%” …Recortar esa deuda nos humillaba. Y para lograrlo tenía dos caminos, hacer lo que debía y no ser reelegido o no hacer nada y seguramente no ser reelegido … pero además perjudicar con mi inacción a mi país..Nos costó seis años que las reformas dieran resultados, redujimos -fundamental- los costes laborales, los salarios y recobramos la competitividad de nuestra industria exportadora, crecimos. Y reformamos pensiones, la administración, los subsidios de paro. Y me convertí en el ministro de economía menos valorado de la historia de Suecia, pero 4 años después si que volvieron a votarme. Un país que debe esa barbaridad de dinero ni es soberano ni tiene democracia que valga, porque no es dueño de sí mismo” …y si no es demócrata, tampoco puede ser social.
Sin embargo, en Alemania, la experiencia no fue tan positiva para sus dirigentes.
Joaquim Möller, director del Instituto de Investigación del Empleo del Gobierno de Alemania exponía, también en La Vanguardia, la experiencia del canciller socialista Shröder que entre el 2.003 y el 2005 completó la agenda 2010, un cambio radical en materia laboral.
“Si lo hubiera hecho la derecha, Alemania hubiera ardido”.
Me lo explicó él mismo: sabía que le costaría el cargo, pero también que lo hubiera perdido si no lo hacía. Y está orgulloso de haber devuelto el empleo a millones de alemanes.
“Al parado hay que apoyarle, pero también exigirle”..”.. Hay que desincentivarle la tentación de que rechace buenos empleos para seguir cobrando sin trabajar, pero también ayudarle a que se forme y a encontrar empleo.
Reformaron la agencia de empleo para hacerla más eficiente y acortaron a un año el subsidio de paro. Tras el año, el parado sólo cobraba una ayuda de mera subsistencia y sólo si no tenía ahorros ni otros ingresos. Se reforzó la formación profesional y se ayudó a los emprendedores para que crearan empresas… por primera vez en 30 años las reformas estructurales redujeron el paro estructural, aumentaron la flexibilidad y así reforzaron el pacto social en las empresas”.
Como podéis comprobar las medidas estructurales son parecidas (como actualmente intentan, con gran oposición social y sindical, los socialistas Renzi en Italia y Valls en Francia) y se asemejan a las que tomaría un buen gestor en cualquier empresa, sea pública o privada.
Los ejemplos anteriores nos permiten diferenciar dos tipos de políticos, los que anteponen sus ideas e intereses a los de sus pueblos y los que adaptan la gestión en favor de toda la ciudadanía.
Pero para tener este tipo de dirigentes públicos, la sociedad los debe votar y sólo una ciudadanía de gran madurez o en situaciones dramáticas, evitará dejarse seducir por partidos competidores que proponen, para resolver sus problemas económicos y sociales, soluciones rápidas y “sin esfuerzo” (y “sin acreditar su financiación”).
De ahí que, habitualmente, sea tan difícil aprobar las reformas estructurales necesarias para mejorar la competitividad de las economías.
VILAFRANCA DEL PENEDÉS, 17 DE NOVIEMBRE DE 2015
DANIEL IBORRA FORT