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Pedro Ávila Navarro y José Ángel García-Valdecasas

DISCURSO DE ACEPTACIÓN DEL PREMIO

NOTARIOS Y REGISTRADORES 2014

(pronunciado por don Pedro Ávila Navarro, Notario y Registrador)

 

Pedro Ávila Navarro. Discurso

    Aceptación.– Ateniéndome estrictamente, como mercantilista, al orden del día, acepto este premio que me concede NyR. Dada la trascendencia que el premio tiene no solo entre los respectivos Cuerpos, sino en todo el ámbito jurídico español, y el honor que en todos esos ámbitos supone, he de confesar que lo acepto, más que con orgullo, con vergüenza. La vergüenza de saber que en nuestros Cuerpos hay muchas personas que lo merecen más que yo, algunas de las cuales se encuentran ahora en esta sala. Yo podría decir, como no sé si Newton o Bernardo de Chartres, que si he visto algo de lejos es porque iba sentado sobre hombros de gigantes; porque he aprovechado de la finura jurídica de mi padre; porque casi a diario me sumerjo en el pozo de ciencia de los sacrificados y anónimos redactores de resoluciones o sentencias; y porque en un Registro como el Mercantil de Madrid, que ahora sirvo, de 19 registradores, la ciencia se comunica como el agua en los vasos comunicantes.

 

      Pero si, a pesar de todo, me decidido a aceptar este premio es porque sé que NyR y yo, salvando las distancias, compartimos una fe total y absoluta en lo que la Plataforma Concordia llama actuación independiente, sucesiva y complementaria de notarios y registradores, al servicio de la seguridad jurídica preventiva, y con ella, de la paz social; es esa seguridad jurídica que ahora declara la Constitución, pero que la legislación notarial e hipotecaria venía realizando «avant la lettre», un siglo «avant la lettre». Y compartimos la fe en que esa actuación sucesiva no constituye duplicidad o yuxtaposición y, por tanto, encarecimiento, sino que se trata de un recorrido único, aunque compartido por dos operadores jurídicos diferentes, con ámbitos competenciales distintos, sucesivos y complementarios...

 

      Función notarial.– Se ha dicho que no se sabe bien lo que es un contrato hasta que se ha ejercido como notario; los que no lo habéis hecho, permitidme esa pequeña gloria o vanagloria; sea o no cierta, lo que sí es cierto es que la visión del contrato desde el punto de vista notarial es original y apasionante: El notario da forma pública a la voluntad de las partes, en eso no os voy a decir nada nuevo. Pero antes, debe informar la voluntad de las partes, y antes aún, debe formarla, averiguando el querer que aquel mismo que quiere no conoce. Incluso, como decía mi padre en su «Derecho notarial», buscando, fuera de la letra de las normas, nuevas soluciones a los problemas nuevos que la vida y su evolución van presentando, forzando la interpretación de las normas, bien para extraer de ellas todo su contenido para la solución de los casos concretos, bien en defensa de la libertad y autonomía de los individuos en sus relaciones de Derecho privado, y desterrando las fórmulas e instituciones arcaicas o caducas.

       Función registral.– Pero a aquella gloria o vanagloria notarial, añadiría yo hoy otra pequeña gloria o vanagloria registral: No se sabe bien lo que es un derecho real hasta que se ha ejercido como registrador; y disculpadme de nuevo los que no lo habéis hecho. Ese ejercicio registral es una función de calificación, por supuesto, en eso no voy a decir nada nuevo tampoco. Pero es también una función de disección, y de selección en el contrato o en el documento de sólo lo que puede interesar al tercero, el verdadero destinatario del Registro de la Propiedad (y del Mercantil); el verdadero cliente no es el que encarga el trabajo y lo paga, sino el que viene detrás, el que consulta el Registro, incluso el que consultará en un futuro más o menos lejano, quizá cuando nosotros –¡ay!– ya nos hayamos ido. En esa disección en busca del derecho real yo he recordado muchas veces, en paralelo, la busca de la poesía pura que hacía Juan Ramón: Se quitó la túnica de su inocencia antigua, y apareció desnuda toda… ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre! Y yo, en mis delirios registrales, pensaba en el contrato que llega de la notaría, y yo hago que se quite la túnica de su inocencia antigua, y aparezca el derecho real, desnudo todo... –el derecho real, recordad; sonaría mejor para la obligación propter rem, pero yo estoy hablando del derecho real–, ... el derecho real, desnudo todo, erga omnes y para siempre.

        Y me ha dolido que, incluso desde desafortunadas reformas de la Ley Hipotecaria, se nos haya impuesto en alguna ocasión la publicación de cosas que no interesan al tercero, la llamada «publicidad-noticia»; recuérdese el malhadado artículo 12.2 de la Ley Hipotecaria, que es la ignorancia de la función registral hecha artículo; afortunadamente, está tan mal redactado que admite cualquier interpretación y en cualquier sentido; por eso, cuando apareció la actual redacción –yo era entonces Registrador de la Propiedad de la Gerona– me permití decir que yo había hecho un pacto con el Diari de Girona: ni ellos hacían inscripciones, ni yo daba noticias.

 

       Sencillez.– Y en las dos funciones, la de formalizar la voluntad de las partes y la de convertirla en derecho real, yo me he esforzado, no sé si lo he conseguido, en hacerlo con sencillez; el mismo Juan Ramón dice que sencillez es lo conseguido con menos elementos (¡Intelijencia –dice, con «j», que para eso es Juan Ramón–, dame el nombre exacto de las cosas); Ortega dice que el escritor –dice el filósofo, pero se puede aplicar a cualquier escritor– debe al lector la cortesía de la claridad; y Ihering, que si se quiere que el Derecho se pronuncie como está escrito, es preciso escribirlo como se habla. Sin acudir a tan altas autoridades literarias y jurídicas, no habría más que cumplir ese artículo 148 del Reglamento Notarial, Los instrumentos públicos deberán redactarse empleando en ellos estilo claro, puro, preciso, sin frases ni término alguno oscuros ni ambiguos, que es raro que no tenga un artículo paralelo en el Reglamento Hipotecario. A partir de ahí, nos podemos preguntar por qué decimos que una persona interviene «en su propio nombre y derecho» (¿qué le añade el nombre al derecho o viceversa?), o «en nombre y representación...�������� (ídem); o por qué algo «se revoca, anula y deja sin efecto» (¿no bastaba con lo primero?); o por qué los poderes son «tan amplios como en Derecho se requiera y sea menester» (nunca he visto ninguna norma que diga qué amplitud es menester en Derecho); o por qué un documento se ratifica «en todas sus partes» (¿qué partes?, ¿también se ratifica el papel en que va extendido o los números de los folios oficiales?; ¿o las partes de quién? Hay una sentencia del Tribunal Supremo sobre interpretación de una cláusula de un testamento ológrafo: el testador lo había redactado de su puño y letra, tomando como modelo un anterior testamento notarial, pasando a primera persona la tercera persona empleada por el notario; y así, en lugar de «está casado con..., tiene... hijos, instituye herederos a sus citados hijos», escribía que «estoy casado con..., tengo... hijos, instituyo herederos a mis citados hijos»; pero al llegar al otorgamiento y encontrarse con que el notario decía «leo este testamento al testador, que lo aprueba y lo ratifica en todas sus partes», tradujo a primera persona por «leo este testamento, lo apruebo y lo ratifico en todas mis partes»; la curiosa versión no llegó a provocar la nulidad del testamento, tal vez por entender el Supremo que las «partes» del testador, lejos de debilitar su voluntad de testar, suponían una enérgica confirmación).

       Así pues, sencillez, la navaja de Ockam siempre dispuesta; en Derecho, lo que no son efectos, es Literatura.

 

       Gramática.– Os haré gracia de mi pasión por la Lengua Española y de mi cruzada por mimarla en la Notaría y en el Registro; bastante martirizo a mis oficiales con acentos, mayúsculas, dequeísmos, «en base a», «es por eso que», «a nivel de», «lo que es...».

 

       Toros y cárcel.- NyR me ha compuesto una biografía, hilvanada hábilmente por José-Félix sobre una breve entrevista que tuvimos. No voy a repetirla: está en la web, a disposición de los que quieran conocerla, que no creo que sean muchos. Además, los compañeros que la han leído y me llaman o me escriben para felicitarme no se fijan en los momentos cumbres, como pueden ser mi saludo al Rey de España o mi presencia en la caída de la bomba atómica de Palomares. Son dos detalles secundarios los que suelen acaparar la atención:

       1. Yo ante una vaquilla tamaño cabra; alguno ha aprovechado para criticarme que hay que cruzarse más; y yo hago lo que puedo, no aspiro a debutar con picadores, y no puedo ahora presumir de arte torero, porque aquí hay algún testigo de mis vergüenzas en los cosos taurinos.

       2. Yo en la cárcel modelo de Barcelona; la foto aparece en un cuadrado que desarrolla la rúbrica «Notario», y puede dar al lector apresurado la impresión de que estuve en la cárcel de inquilino por alguna barrabasada notarial; pero no; para ese apresurado lector tengo que recordar la anécdota completa («Una joven solicitó la autorización de una escritura de reconocimiento de filiación por parte de su pareja de hecho, que estaba en la Cárcel Modelo; ella estaba embarazada y ambos querían que el varón reconociera al hijo que ya tenían antes de que naciera el segundo vástago, para que constaran por ese orden en el libro de familia.  Se presentó en la cárcel acompañado de la solicitante, que iba ilusionada por ver a su amado. El funcionario solo dejaba pasar al notario, pero no a ella. Pedro, para que no se frustrara la visita, le argumentó que era precisa la unidad de acto, con los dos presentes. Y el funcionario les dio quince minutos… En los primeros cinco se firmó la escritura, ya preparada de antemano. El resto del tiempo, el notario se volvió de cara a la pared, distraído en sus papeles, y los otorgantes lo aprovecharon para menesteres que ya no se reflejaron en la escritura»). Los que han leído la historia completa suelen pedirme ampliación de detalles; pero yo tengo que aclarar que no vi nada, porque estaba de cara a la pared: ellos hicieron lo que quisieron, o más bien lo que pudieron, porque estaban separados por una reja; oír, sí oí algo, pero no lo puedo contar: entra dentro del secreto profesional.

 

       Final.– Expreso pues mi encendido agradecimiento por este premio y por el honor que supone. Pero también quiero señalar que no es el primer premio, ni el más importante, que recibo en estos salones: hace ya más de 40 años que celebré aquí mi boda, y ese día recibí el que ha sido el premio de mi vida: se llama Cristina. Sin ella, todo lo demás no habría sido.

       Gracias.

 

 

DISCURSO PREVIO

 DE OFRECIMIENTO

(pronunciado por el Presidente del Comité don José Ángel García-Valdecasas) 

  

Queridos Pedro y Cristina, y lo digo de corazón, queridos familiares de Pedro que hoy nos acompañáis, queridos amigos y compañeros de la web.

 

“Nadie puede llegar a la cima armado sólo de talento. Dios da el talento; el trabajo transforma el talento en genio”.

Esta frase de Anna Paulova, bailarina y por tanto muy alejada del mundo jurídico, creo no obstante que refleja a la perfección la trayectoria vital de nuestro homenajeado de este año que se merece este premio y mil premios más.

Pedro es hoy un gran jurista y un verdadero maestro del derecho y de la palabra, del misterio de la palabra, pero para llegar a serlo su vida ha sido una sucesión de grandes esfuerzos.

 

Nace Pedro el 13 de agosto de 1945 en Granada, ciudad de gran tradición universitaria y cuna de otros grandes juristas. Uno de ellos, el canciller Bermúdez de Pedraza, humanista y jurisconsulto, autor de un “Arte legal para estudiar jurisprudencia”, ya en el siglo XVI y de forma casi premonitoria, como veremos, dijo que para ser buen jurista era necesario salir de casa y estudiar gramática. Efectivamente en el ADN llevaba ya Pedro la semilla de hombre de derecho pues su padre era registrador de la propiedad, y en el momento de su nacimiento, notario de Granada, que no era tampoco mala cosa. Tras un breve paréntesis estudia el bachiller y la carrera de derecho en Granada con excelentes resultados académicos. Prepara las oposiciones de registros que saca en 1972, oposición que quizás haya sido la más restringida de todas las de la historia del cuerpo de registradores pues sólo se convocaron 21 plazas. Por ello fueron tremendamente reñidas y seguro que Pedro recuerda la noche de mayo en que tras un tremendo suspense salieron las notas del tercer ejercicio a la cinco de la mañana.

 

Pese a ello no terminó nada quemado pues casi sin solución de continuidad, casi sin tiempo para relajarse tras la dura oposición de 1972, se pone con el programa de notarías, oposición que aprueba al año siguiente.

 

Contrae matrimonio con Cristina, seguro que su mayor acierto y a partir de ahí alterna en el ejercicio de ambas profesiones y tiene tiempo y ganas de hacer una nueva oposición, esta vez entre notarios, para mí la más dura de todas las oposiciones, tanto por la extensión, profundidad y originalidad de los temas, como por la dura competencia que hay en ella. Después se   traslada a Barcelona, ciudad que ha marcado una etapa muy importante de su vida, a una notaría primero y después, en el año de 1986, cuando yo me traslado a Almería y en el mismo concurso, a un registro de la propiedad de la capital y desde ese momento va a ejercer exclusivamente como registrador. A veces la vida y el destino de la personas pende de un hilo pues en este concurso a mi me habían asignado el registro de Barcelona número 4 del que después Pedro fue su titular, pues Almería número 4, que yo había solicitado en primer lugar se lo adjudicaron a un compañero en situación dudosa respecto del transcurso del plazo del año para concursar. Al final se resolvió que no había transcurrido el plazo necesario y a mí definitivamente me adjudicaron Almería y a Pedro Barcelona. Debo decir que todos terminamos contentos. Yo, en aquellos momentos, no tenía muchas ganas de trasladarme a la Ciudad Condal.

 

Pues bien cuando en el ya lejano año 1972 sacamos juntos la oposición es obvio que nunca pude imaginar que al cabo de 42 años estuviéramos otra vez juntos para la entrega del premio “notariosyregistradores”.

Conservo recuerdos muy vivos de aquellos momentos. Su padre ejercía entonces como registrador de la propiedad de Madrid 16 y allí fuimos Pedro y yo, supongo que por ser ambos de Granada, a aprender a hacer asientos para pasar con dignidad el cuarto ejercicio. Nos pusimos a ver escrituras y en un momento dado nos atrevimos, a escribir directamente sobre los sacrosantos libros registrales. Al sustituto por poco le da un síncope al ver nuestras inexpertas manos mancillando los folios registrales. Nos lanzó una desaprobadora mirada y con gestos imperiosos nos conminó a que las prácticas las hiciéramos en neutros papeles en blanco. A Pedro aquello no le pareció muy bien pues no comprendía que si íbamos a ser registradores no pudiéramos ejercitarnos directamente en los libros. Quizás en ese momento se despertó su vocación por el lenguaje, la escritura y la palabra, precisa y siempre certera.

 

Pedro es un auténtico maestro del lenguaje escrito, bien especializado en lo jurídico o bien de uso normal en la vida. Sé que para él es un auténtico sufrimiento el tener que leer, interpretar y aplicar las leyes de nuestro tiempo pues las mismas adolecen de auténticas imprecisiones e incorrecciones en su redacción haciéndolas difícilmente comprensibles.

Asistimos, todos somos testigos, a una verdadera inflación legislativa, en nuestra patria agravada por el estado de las autonomías que parece que tienen que justificar su existencia a base de publicar reglamentaciones sobre las más variadas materias, sin importarles que las mismas ya hayan sido reguladas por el poder central. En sus normas se imponen a sus ciudadanos toda clase de requisitos con un lenguaje que casi es ininteligible para los más expertos juristas y no digamos para las personas a las que se le aplican dichas normas.

 Toda esta maraña legislativa, verdadera galaxia de lo jurídico, se hace sin el más mínimo cuidado en el lenguaje, lenguaje que va empeorando de forma progresiva sin que se haga nada por evitarlo. Así se expresa Luis Mª Cazorla que ha acuñado un término que refleja a la perfección las deficiencias del lenguaje de las leyes. Dice que este lenguaje debe llamarse el “normativés” a semejanza del llamado por Antonio Burgos, “el tertulianés”, para significar el también muy deficiente lenguaje y lleno de lugares comunes que se utiliza en las tertulias televisivas y radiofónicas.

 Seguro que a Pedro ese lenguaje, cargado de términos feminizantes, -trabajadores y trabajadoras, ciudadanos y ciudadanas- lleno de gerundios, de faltas de sintaxis, de un afán regulatorio que pretende agotar la materia y no hace sino embrollarla y cargarla de oscuridad, con artículos de dimensiones astrales, le llena de estupor y le incita a ser cada día más concreto, puro, preciso y claro, tanto en su lenguaje, como en escritos jurídico, como en la misma redacción de los asientos registrales que hace siempre pensando en el que los lee y no en quien los escribe. Por eso yo animaría a Pedro que al igual que ha hecho formularios notariales se propusiera hacer formularios registrales, procurando descargar los asientos de todo aquello que es innecesario, redundante, reiterativo o que simplemente no debe en ningún caso ser transcrito en los libros registrales. Ahora se habla mucho de protección de datos y somos especialmente cuidadosos de no dar publicidad a lo que se ha dado en llamar datos personales o sensibles, pero creo que lo importante en un instrumento de publicidad, como es el registro de la propiedad y mercantil, no está en restringir o filtrar la publicidad de los datos que ya constan en el registro, sino simplemente no transcribir a los libros aquello que es totalmente innecesario para el efecto fundamental que debe producir el asiento que es dar seguridad jurídica al tráfico mercantil e inmobiliario. Si así lo hiciéramos, descargando las inscripciones de todo aquello cuya transcripción no exige la claridad del asiento, como cláusulas testamentarias que deben permanecer en el secreto, filiaciones que sólo a sus titulares importan, profesiones que para nada influyen en los efectos registrales, etc, etc, seguro que podríamos dar publicidad literal de todos los asientos sin preocuparnos en exceso de la posible infracción de la Ley de protección de datos personales.

 

Estamos pasando y Pedro lo vive con intensidad, una etapa de grandes incertidumbres. Incertidumbres internacionales con un renacer de bloques enfrentados entre sí, políticas, con desafíos soberanistas y populistas impropios de la época en que vivimos. Incertidumbres legislativas con continuas modificaciones que hacen realmente difícil, si no fuera por las bases de datos consolidadas o compilatorias, encontrar la última ley aplicable. Incertidumbres sociales, con lastimosas situaciones personales y familiares que parecen culpar injustamente a lo que fue la causa y el origen del Registro de la Propiedad. Y en fin incertidumbre profesionales con propuestas creativas que nos retrotraen, aunque ellos parecen no saberlo, a situaciones ya superadas y que dieron lugar a abusos felizmente olvidados y cuya última finalidad se nos escapa pues no creo que mejore el servicio público con ellas, sino antes al contrario, se perderá la agilidad e inmediatez que todo órgano unipersonal lleva consigo. No obstante el tiempo que es el juez supremo al que todos nos sujetamos dirá la última palabra sobre lo acertado o erróneo de las nuevas organizaciones y siempre estaremos a tiempo, aunque nos dejemos parte de nosotros en ello, de hacer o intentar hacer una contra reforma.

 

Por último no quiero terminar estas palabras sin aludir a la faceta de Pedro que a mí me causa más admiración. En su biografía colgada en la web hay una fotografía en que con gran estilo y mando e incluso duende aparece Pedro en una becerrada. Alguno pensará que dadas las dimensiones de la becerra que aparece en la foto ello no tiene mucho mérito, pero la foto llama a engaño. No es que el “morlaco” sea pequeño, es que comparándolo con el maestro que es grande en todos los sentidos, parece pequeño. El mérito de Pedro es tremendo y creo que se necesita, lo digo por experiencia propia, mucho más valor para enfrentarse a una becerra que a un tribunal de oposiciones pues todavía no se sabe de un tribunal astifino o corniveleto o tan bravo que de cornadas a los opositores, aunque seguro que alguno pensará lo contrario. Por eso yo le deseo a Pedro en este momento dulce de su vida, que como los buenos toreros sepa parar, templar y mandar. Parar todo aquello que sea un obstáculo a las metas que se planteó en su vida y que todavía no haya conseguido, el que para domina decía Belmonte, templar con la autoridad de su pluma y su palabra los excesos y despropósitos a que nuestra profesión está siendo sometida y mandar, con la suavidad que requiere una redonda faena, en aquellos ámbitos en que su voz de muchos años de experiencia y estudio seguro que va a ser escuchada.

 

Gracias Pedro por tu aceptación del premio, que te haya hecho el recibirlo la misma ilusión que a nosotros el entregártelo, y te deseo, te deseamos todos, los mayores éxitos, como marido, como padre y abuelo, como escritor y también, cómo no, como registrador de la propiedad y notario.

 

 

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