LA MATANZA DE MACARIO y el distrito Hipotecario
(Romance burlesco)
Cuentan que al pobre Macario, campesino bonachón, le dieron por donación de su tío Don Mariano un magnífico marrano el día de San Antón.
Sin saber cómo matarlo preguntó en el vecindario por un buen veterinario que le diera información sobre cómo liquidarlo y obtener mejor jamón.
Pero al ver cuánto costaba Macario casi se asusta y el muy astuto pensó que en cambio el señor Notario, hombre de gran formación, no cobraba sus consultas.
Y allí que se fue Macario con la mejor intención. habló con el Notario planteóle la cuestión.
Mencionó la donación de su tío Don Mariano y que el problema primario era su liquidación omitiendo por respeto que de ambas, el objeto, no era otro que un marrano.
Y así que el Notario predijo que el objeto transferido, pero de nombre omitido, debía de ser un cortijo. Y empezó el malentendido.
Le informó, como es su oficio, que para mejor liquidarlo era bueno catastrarlo, deslindarlo, registrarlo, incluso inmatricularlo, y que también, a su juicio, podría autoliquidarlo que resulta más frecuente pues tenía facultades que estimaba suficientes.
Macario quedó perplejo ante tan sabio consejo. aunque un poquito confuso por las palabras en uso.
¡Cuántas cosas le habían dicho que debía hacerle al bicho!
Pero sí grabó en su mente de cazurro un poco lerdo que antes de matar al cerdo era, efectivamente, muy importante castrarlo, mas para autoliquidarlo, -siguió pensando con tino-, aún no faltando razones algo sí que le faltaba: lo que a su cerdo sobraba (y este verso lo elimino).
Así que siguió su marcha en busca de algún valiente que al gorrino liquidara, hasta encontrar de repente, justo en la acera de enfrente nada más doblar la esquina, -tal vez fuera en mala hora- un letrero de Oficina y además Liquidadora.
Y se entró muy decidido pensando que aquel letrero sería de un matadero. (De nuevo el malentendido).
Y al bueno de Macario recibióle una señora joven, guapa, registradora del distrito hipotecario.
Más turbado todavía que cuando le habló al notario preguntó a quien le atendía que en liquidar donaciones eso ¿cómo se hacía?.
Mas por pura cortesía decidió omitir de nuevo, quizá pecando de terco, que se trataba de un puerco y de cortarle los huevos por donde más le dolía.
Respondiéronle al momento con intención de informarlo, (mas causando confusión), que para la liquidación exige el procedimiento traer ejemplar duplicado pues uno será sellado en ese preciso instante y devuelto al presentante. Y el otro, señor Macario, se lo queda el funcionario -o más bien la funcionaria- por si aún mas adelante procede complementaria.
Macario quedó perplejo (y es la segunda ocasión) con aquella explicación, pues a más de ser complejo duplicar a su marrano, y que lo de ponerle sello no alcanzaba a comprendello, parecióle gran exceso, o cuando menos, abuso, que por una castración hubiera que untar la mano de un funcionario corrupto con tan grande comisión, (mas contuvo el exabrupto).
Pero aún más le dijeron: Que el importe de todo esto dependía del parentesco por razón de ser sobrino (y él creyó que del gorrino).
Y que si era disconforme con el trámite de audiencia presentara como informe recurso de reposición.
Macario perdió la paciencia, los nervios, la educación.
Salió gritando con gracia: Me cago en la burocracia. Al cerdo lo capo yo.
(Joaquín Delgado)
|
|