En Cataluña, “la desafección”, es un concepto que se puso de moda, especialmente, a partir de una conferencia del anterior President de la Generalitat, el Sr. Montilla, creo que en Madrid el 9 de noviembre del 2007 y que luego tuvo tanto éxito que se introdujo inmediatamente en todos los ámbitos sociales, provocando infinidad de debates y artículos en los medios. Unos años antes, el 1 de marzo de 1.995, redactamos un artículo sobre la desafección que fue publicado en el periódico EXPANSION (¿ Cómo se puede querer a las empresas sin estimar a sus clientes?) en el que anticipamos el riesgo que para nuestras empresas suponía la liberación de trabas y la reducción de aranceles sobre el comercio exterior, con el proceso de unificación europea y la globalización internacional y los efectos negativos que tendría una política imprudente de nuestros gestores políticos. Como no se parece en nada la interpretación que hicimos, a mitad de los noventa, sobre el concepto de la desafección con la que se popularizó en la década posterior, lo reproduzco para que comprobéis que diferente se ven las cosas, en clave política y desde una perspectiva económica: “Uno de los fallos del gestor político de más perniciosos efectos sociales, es la despreocupación y el desconocimiento de las normas que rigen la Economía. Creo que ello se debe a su falta de experiencia empresarial que les ha privado de comprobar en su propio patrimonio personal los efectos de la desatención de los deseos de la clientela. Uno de los ejemplos mas claros es cuando toman iniciativas, los responsables públicos, en favor de la actividad económica local o autonómica. Lo hacen, como si las empresas se desarrollaran independientemente de sus mercados. Adulan y premian a los dirigentes empresariales como los únicos responsables del desarrollo económico y social y como los motores creación de empleo en la Autonomía y en el Municipio, ignorando al otro gran protagonista, que es el cliente. Porque ¿cómo se puede querer a las empresas sin estimar a sus clientes? Las empresas deben su dimensión a la facturación y ésta depende de la cartera de clientes. Son éstos los que determinan el tamaño de las empresas Y de los clientes depende el número de trabajadores, su producción, sus inversiones y su rentabilidad y, de ellas, la renta y el empleo de las empresas que atienden los mercados locales y, con ello, la renta, el trabajo, la recaudación de impuestos, la estabilidad política y social y hasta el nivel de cultura, educación y libertad de sus pueblos. Hasta tal punto llega la preocupación de los empresarios por atender a su clientela que muchos de ellos se han introducido en temas extraeconómicos, como la ecología o la cultura y en toda clase de actividades de solidaridad humana, con el objeto de incrementar la simpatía social hacia la marca que ofrecen, conscientes de que, no sólo tienen que atender a la calidad y al precio de los productos, sino también a la imagen social de la empresa. Pero, en nuestro país, esta norma se ignora frecuentemente en la política. El mercado español fué la base del crecimiento de las zonas que elaboraban los productos con una mayor perfección. Su diferenciación económica no era casual, además de factores objetivos como la situación geográfica, la tradición industrial, la preparación técnica y el espíritu de trabajo eran el fundamento del enriquecimiento de sus habitantes. Eran los mejores productores de un mercado protegido por barreras arancelarias y normas que impedían y controlaban la entrada de productos del exterior. Pero, entramos en la CEE y comenzó el desmantelamiento del sistema de protección exterior, desplazando las fronteras nacionales alrededor de los países de la comunidad. Dentro de un gran país funcionaba un nuevo mercado con la dimensión geográfica del conjunto de países. Y en él, los consumidores tenían la libertad de escoger los productos en las zonas que quisieran. Este proceso genera una concentración de demanda hacia las zonas que por calidad y precio son más competitivas, desplazando a las que antaño lo eran en sus respectivos países. Esta protección comunitaria exterior se irá reduciendo por la presión internacional de manera que los consumidores de la CEE cada vez tendrán mejor acceso a cualquier producto mundial con un precio también más próximo al precio de origen. Esto provocará una concentración de consumo hacia las zonas mundiales que elaboren los productos con mejor calidad y precio. Así pues, lo que anteriormente sucedía en nuestro país se repetirá en el mercado comunitario y en el mundial. Las zonas que reciban más pedidos de clientes son las que progresarán y las que sean desplazadas de los mercados acabarán empobrecidas en producción, en renta y en empleo. Establecida esta dinámica, resulta extraña la falta de respuesta en nuestro país. Si la renta de las zonas más florecientes provenía fundamentalmente del mercado español y se debía a que éste se encontraba protegido de la competencia exterior, no entiendo cómo sus representantes políticos no estén cuidando las relaciones con el consumidor nacional con el objeto que éste les continúe siendo fiel, sino por calidad y precio, por solidaridad nacional e interés común, desde el momento que comenzó el desmantelamiento de la protección nacional y comunitaria. Si lo anterior resulta increíble, mucho más grave es el que introduzcan factores de animadversión que pueden acabar con el empobrecimiento de sus respectivas comunidades. Si la clientela es la que determina la facturación, con ello la renta y el empleo, cualquier acción que la reduzca, supone una traición a los intereses de su pueblo. Es indudable que, dada la productividad en este país de la manipulación de los instintos, obtendrá el que lo haga una buena rentabilidad electoral y, tal vez, le asegure un puesto en la vida pública pero a costa del empleo y la renta de los ciudadanos que, como siempre, serán los últimos en enterarse del engaño y los más perjudicados. Si estas actitudes acaban arraigando, los productos locales se encontrarían, en un momento que tienen que competir sin barreras con empresas más competitivas, con una barrera fraguada en su propio país, el desafecto de su clientela tradicional. “ DANIEL IBORRA FORT. NOTARIO Y ANALISTA DE INVERSIONES VILAFRANCA DEL PENEDES, 10 DE JULIO DE 2012.
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