ANTE LA RECESIÓN Ramón José Vázquez, Notario de Badalona (Barcelona) Manejamos el vocablo crisis como un todo genérico que engloba la economía real, la financiera e incluso los estados de ánimo que la acompañan y marcan. Sin embargo, en lo que se refiere a la situación española, se dan características específicas que la caracterizan a la vez que complican. Los primeros síntomas que no presagiaban nada bueno, y algo más, en el paradigmático sector de la construcción se dieron, qué tiempos, en el último trimestre del 2006, que, según datos de aquel entonces, se situaba en el 80% por encima de la media de los países de la OCDE en su aportación al P.I.B. Las hemerotecas y archivos de la época dan cuenta de esta referencia recurrente. La palabra crisis era evitada y sustituida en el lenguaje de la oficialidad institucional. Se hacían servir términos de uso más amable y fácil de digerir, tales como los de ralentización o desaceleración de un crecimiento al que no se le veía final, y mucho menos dramático. Todo lo más, se reconocía un aterrizaje suave. El desajuste estructural entre la oferta desmesurada y la demanda artificiosamente sostenida empezaba a dar la cara en un sector que, en el caso español, era la espina dorsal que articulaba la economía, y sobre el que descansaba el crecimiento del P.I.B, cuando era, de esta manera, exhibido con orgullo indisimulado y acrítico por los gobiernos que se han sucedido desde 1996. Todo comenzó a desencadenarse después que la economía financiera de los Estados Unidos de América delatara la existencia de fallidas más que notables en la suerte que corrían las conocidas como subprime mortgages, traducidas aquí como hipotecas basura. La burbuja estalló con todo su dramatismo y arrastró a la, hasta entonces, prestigiosa banca de inversión, tanto estadounidense como europea, que había sido pionera en la innovación financiera. Baste recordar lo que la titulización, como fenómeno en sí mismo considerado, y la filosofía subyacente, representaron para la misma y, por extensión, al sector financiero considerado ya globalmente. Una vez así las cosas, cuando comenzaron a caer reputadas y conocidas instituciones bancarias como si de fichas de dominó se tratase, ante la perplejidad de los gobiernos, no tardaron en aparecer los que dirigían, y lo siguen haciendo con más ardor si cabe, contra la política de privatizaciones, desregulación y liberalización, términos que hacían sinónimos, invectivas desmesuradas, para justificar un intervencionismo de los poderes públicos como panacea feliz para volver a una situación, ¿cual?, de la que no se debía de haber salido nunca, según estos cronistas del fiasco. Ya teníamos señalado y localizado al pérfido culpable: el liberalismo salvaje y la desregulación galopante e indiscriminada, ajena a cualquier sensibilidad y escrúpulos sociales, que trajeron de la mano. Curiosamente los datos más dramáticos y acuciantes se dan en dos sectores plagados de reguladores, intervencionismo cañí, y presuntos controles de todo tipo. Sin ir más lejos, el sector financiero, incluso en los USA y Reino Unido, y, mire Vd. por dónde, en el sector inmobiliario, santo y seña de la economía española, destinatario dilecto de torrentes legislativos de rango y finalidades diversa por cualquier Administración que se preciase, y digno de la mejor de las suertes. A los que así se han despachado con una dialéctica inflamada, carente en muchas casos de un mínimo rigor pero sobrada de arrogancia y demagogia, bastaría con que nos dijesen, a los que humildemente discrepamos de estos fantasmas que, otra vez, recorren Europa, si no es mucho pedir, qué norma, o conjunto de ellas, habría que volver a promulgar para restaurar una Arcadia feliz como no se recuerda otra en cualquier tiempo, pasado o presente. Hasta el momento no se nos ha dicho dónde radicaba, legislativamente hablando, tamaño dislate. Es cuestión de seguir atentos a la pantalla. Más parece que haya que buscar el desajuste, siempre salvo mejor criterio, en un intervencionismo normativo profuso, difuso y confuso que ha facilitado las contradicciones entre tanto controlador incontrolado y perdido en un marasmo legislativo, inabordable así y carente de manejo eficaz o solvente. Números cantan. Por escuchar, dentro de este desconcierto dialéctico de ideólogos erráticos, hemos escuchado llamadas a la ponderación autárquica del consumo como no se escuchaba desde los tiempos de las cartillas de racionamiento, los parches Sor Virginia, la Guardia Mora de Franco o del piojo verde. ¡Sea Vd. la octava potencia económica del mundo para esto! Puestos en perspectiva histórica, pensábamos que se acabó, precisamente, con una autarquía absurda y trasnochada que dirigía la economía española de la época hacia la quiebra, con el Plan de Estabilización de 1958. En el siglo pasado, nada menos. Ahora estamos asistiendo absortos, ritornello intenso e inesperado, a una escalada verbal e ideológica donde no hay empacho en discutir sobre la nacionalización de bancos y, Brown dixit, de escuelas privadas. ¡Si Orwell levantase la cabeza! Por si fuera poco, y dentro del sector especializado en la llamada seguridad jurídica preventiva, nos encontramos con quienes dicen y escriben, sin rubor ni contraste conocido, que tenemos el mejor sistema del mundo. Sin matices que valgan. ¡Ahí queda eso! Consecuencia del cual, no podría ser de otra manera, es predicable la ausencia de los gravísimos problemas, como los suscitados en países de economías más preeminentes que la española, de los que estamos vacunados y que por esto, sin duda alguna, nos envidian. Y todo ello a pesar del solapamiento de funciones y duplicidades innecesarias de las mismas. El que se queja es porque quiere Semejante argumentación, de alguna manera hay que llamarla, nos vuelve a retrotraer en el túnel del tiempo al tardofranquismo, a la propaganda del Spain is different como corolario del letrerito que colgaba de los inenarrables vagones de la RENFE de la época: Es peligroso asomarse al exterior. Basta con ver los datos e informes que llegan del castigado sector financiero, también en nuestra economía, para concluir que no se ha seguido un mesurado y cauteloso control de riesgos como los exigidos ante la expansión, acompañada de innovación y sofisticación sin precedente, de los servicios financieros de todo tipo. No hacemos exclusión de los más tradicionales como el crédito, préstamo, descuento y avales. La existencia, cuando no abundancia, de controles plausibles y benéficos no ha sido lo suficientemente intensa y eficaz para orientar y prevenir a los demandantes y oferentes de la amplia y variada gama de posibilidades de inversión, y consecuente captación de recursos, que ante ellos se desplegaba. A estos últimos habría que remitirlos, como poco, a Tim Harford cuando recientemente nos recordaba How fingers burned today will forge tomorrows savers para discurrir acerca de la conducta de inversores más o menos avisados y las consecuencias que se pueden desprender de un análisis precavido o, en su caso, atrevido. No hablemos, pues, de las andanzas de los señores de Afinsa, Gescartera o del globalizador del tocomocho financiero, Mr. Madoff. Ante nosotros se extiende un panorama en el que la reducción dramática de las disponibilidades crediticias sin solución de continuidad, la acumulación de stocks sin vender en el castigado sector inmobiliario, la proliferación de EREs, el desplome del consumo, la falta de competitividad de sectores empresariales enteros, puesta de manifiesto ahora sin maquillaje de ningún tipo, el aumento persistente de las cifras del paro hacen que estemos instalados en la recesión, reconocida, no quedaba más remedio, sin ambages por las autoridades gubernamentales. Ahora sí. La conceptualización, la aceptación intelectual y política de la crisis, según la dialéctica oficial, quedan, por tanto, superadas, y de qué manera, por la tozuda realidad Ante este estado de cosas, y las que puedan llegar, si no se les pone coto, la pregunta no puede ser sino la de qué hacer. No es, como bien sabemos, intelectual e históricamente hablando, nueva. Las medidas efectivas que se puedan tomar no van a ir aparejadas sino de sacrificios y renuncias. La impopularidad de éstas no será fácil de asumir por nuestras autoridades, sean del Gobierno central, autonómicos, o de los ayuntamientos. No hay, por tanto, que ser muy optimistas en su eventual despliegue y aplicación. A pesar de todo, hay que comenzar diciendo que no se conciben, con perdón, sin la reducción del gasto público como premisa de inicio. La austeridad y rigor de los innumerables organismos de estas características no están, presuntamente, al nivel deseable si miramos a lo que nos estamos enfrentando. El crecimiento de la Deuda pública española está creando verdaderos problemas de credibilidad ante las posibilidades reales de atención de la misma, con las consiguientes dificultades de colocación en los mercados y el encarecimiento aparejado: la Deuda del Tesoro a diez años sufre de un diferencial de 93 puntos básicos sobre el bono alemán del mismo plazo. Una dinámica de este tipo, no se oculta a nadie, es per se desastrosa. Habría que cohonestar aquella reducción con una bajada impositiva, sin la que sería inútil hablar de la necesaria inversión productiva para la revitalización de las pequeñas y medianas empresas, creadoras natas de empleo. Es esta clase de inversión la que nos ha de llevar a hablar de empresas competitivas y generadoras del suficiente valor añadido que permita superar las tradicionales carencias estructurales al respecto, no por denunciadas mejor atendidas, de la economía española. Hay que hacer mención obligada de la consecución de un marco laboral ajustado al que tienen las economías de los países de nuestro entorno, dentro de la Unión Europea. Alguna vez se ha de plantear con la seriedad debida, sin postergar las expectativas de las partes implicadas, pero sin que se marginen colectivos enteros, tales como jóvenes en búsqueda de su primer empleo y mujeres, principalmente, del acceso al mercado laboral en condiciones dignas, y con un futuro de estabilidad y progresión razonables. Si esto es así, lo es en buena parte por la aceptación de un análisis proveniente de los sindicatos mayoritarios que, todo hay que decirlo, no existe en el marco geográfico, cultural, político y económico citado. Si, en definitiva, no seguimos una senda, con las matizaciones que esta dura coyuntura precise, como la ortodoxia que nos llevó a integrarnos sin reservas en el euro, ampliando mercados y mejorando en competitividad, será más que complicado salir de esta recesión que corroe el normal desarrollo del sistema productivo de la economía española, y que hace decaer nuestras legítimas expectativas como ciudadanos libres de un país al que queremos en el grupo de los más y mejor desarrollados, en un mundo tan globalizado como complejo. Esperemos que el acierto acompañe a las medidas que se tomen, aunque no sean en el sentido apuntado. Esta modesta aportación, está dentro de una corriente de pensamiento y de acción política que conduce a que los ciudadanos, sin imposiciones gratuitas e innecesarias, sepan guiar y orientar sus vidas acordes con pautas sociales y análisis adecuados en esta dura y complicada situación por la que pasamos para, precisamente, superarla de manera exitosa en el menor plazo posible.
Ramón José VázquezNotario de Badalona Febrero, 2009.
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