Durante los años que no me moví de mi pueblo, solamente leía el periódico local. Este era mi único vehículo para conocer lo que había acontecido en el mundo. Era un periódico con muchas páginas dedicadas a todos los asuntos de interés: la política, la sociedad, los deportes (¡qué cantidad de páginas tenía!), la economía, motor,…..Y los domingos se lucía con espectaculares suplementos llenos de bellas fotografías. En el apartado dedicado a la política me ponía al día de todo lo bueno y lo malo que acontecía en cualquier punto del planeta, por alejado que estuviera. Nada se le escapaba. Especial atención tenía con los temas de corrupción pública. Tanto los artículos como los editoriales eran tremendamente críticos con las corruptelas y los vicios de la gestión política en los pueblos e instituciones repartidos por todo el orbe y, sobre todo, en los vecinos a los que aplicaba un rigor especial. Todo ello me llenaba de satisfacción al comprobar que la corrupción que infectaba a todo el mundo no había arraigado en mi pueblo. Era una especie de isla de pureza en un mar de corrupción o un oasis de virtud en una tierra malvada y descompuesta. Esto lo compartíamos los que nos juntábamos dentro de los límites de la plaza central. Esta ilusión se evaporó cuando cambié de trabajo y tuve que desplazarme a otros pueblos con frecuencia. Allí, también, la prensa sacaba casos de corrupción en todos los sitios y, entre ellos, estaba donde vivía. Al principio pensé que todo ello era fruto de la envidia y del rencor contra nosotros pero, con el tiempo, comprobé que desgraciadamente era cierto lo que publicaban ya que, hasta el periódico del pueblo, al final y cuando todo el mundo lo sabía, acababa publicando las circunstancias de una corrupción que no se hubiera desarrollado si, inicialmente, cuando la conoció, la hubiera denunciado. Entonces comprendí porqué el director recibía tantos premios y reconocimientos públicos, la cantidad de anuncios de publicidad política que contenían sus páginas, los abrazos que recibían sus periodistas de la clase política cuando coincidían, los regalos de suscripciones a los ciudadanos y que en todos los edificios públicos sólo estuviera el periódico local y no otro. Enormemente defraudado del espejismo del oasis, llegué a una conclusión que quiero compartir con los lectores que han conseguido llegar a este final: cuando veas que el periódico donde vives no te informa diligentemente de la corrupción, no pienses que esta no existe sino empieza a temer que ésta ha llegado también al periódico de tu pueblo. VILAFRANCA DEL PENEDES (BARCELONA) 18 DE DICIEMBRE DE 2012 NOTA FINAL: Recientemente la OFICINA ANTIFRAU DE CATALUNYA, organismo (único en España) dirigido por el magistrado DANIEL DE ALFONSO, ha publicado el barómetro de 2012 sobre la percepción social de la corrupción en Catalunya, con los siguientes datos: el 92’8% piensa que la corrupción es un problema bastante o muy grave (78’8% en 2010); el 83’95% ve a los parlamentarios poco o nada comprometidos en la lucha contra la corrupción; el 79’5% cree que hay mucha o bastante corrupción; un 79’3% cree que los cargos públicos son poco o nada honestos; el 78’3% cree que siempre o casi siempre las administraciones públicas tratan de forma privilegiada a las personas o entidades afines al gobierno......y, en cuanto a los medios de información, el 67’1% considera que la información sobre corrupción es poco o nada objetiva. Que, ante “este clamor popular en contra de la corrupción”, que explica el actual desafecto con la clase política y presagia futuras e imprevisibles reacciones sociales, su solución no se encuentre entre las preferencias del programa de gobierno que se está pactando en Catalunya (incluso el director ha denunciado como un grave error las “publicadas” intenciones de que el próximo gobierno quiere suprimir este organismo), junto con un programa serio de eliminación de gastos públicos sin utilidad social y de mejora de la competitividad del marco legal del sector productivo, que es la clave para la solución de paro y de tantos problemas sociales, me lleva a la siguiente conclusión: que es más fácil hacer manifestaciones que resolver los problemas de los manifestantes. Tal vez porque los que las encabezan tienen unas preferencias diferentes a las del grueso de la movilización. Lo que sucederá, como siempre, es que estos serán los últimos en enterarse, cuando el deterioro de su situación económica y personal sea irreversible.
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